Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

ATENAS 433 ANTES DE CRISTO


Historia menor de Grecia, Pedro Olalla, p. 40
Cuando el filósofo llegó a la ciudad, hace ya casi treinta años, Pericles era sólo un muchacho que entraba bajo su tutela intelectual; ahora, a la hora de partir, aquel muchacho es el genio indiscutible de la democracia ateniense, el preclaro estratega que, hace unos días, ha tenido que salir en defensa de su viejo maestro para que quienes exigen que pague con su vida un supuesto delito de impiedad se conformen con una multa de cinco talentos y una ignominiosa condena al exilio. Atenas ha cambiado mucho en las últimas décadas, pero no lo suficiente para que alguien que sostiene que el sol es una masa de rocas inflamadas por el choque y la ruptura del éter no sea acusado de impiedad. 
Anaxágoras deja una ciudad gobernada por el genio político de su discípulo Pericles, una ciudad que ha dado eco y reconocimiento al talento poético de su también discípulo Eurípides, una ciudad que, con el nuevo templo de Atenea, se ha convertido en capital indiscutible del espíritu griego. Pero las cosas, en el fondo, no han cambiado tanto, Atenas ha demostrado seguir siendo una ciudad tradicional, pía, supersticiosa y llena de fantasmas; fantasmas que, junto al templo de la diosa de la sabiduría, son invocados con solemnidad y sin rubor para desacreditar a cualquier disidente o a cualquier adversario político.
En sus últimas horas antes de partir para Lámpsaco, el maestro contempla desde lejos la Roca Sagrada. Con Anaxágoras, los atenienses envían al exilio al primer filósofo establecido en su ciudad, al primer hombre que, apartándose del lenguaje de los rapsodas, hizo circular una obra en prosa, al primero que se detuvo a indagar sobre el cielo y a escribir después un verdadero libro acerca de la naturaleza.

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