Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

MONSIEUR PROUST


Monsieur Proust, Celéste Albarte, p. 284

-Pero, Céleste, no se trata de un don. Es, en primer lugar, una facultad intelectual que se cultiva y que a la larga se convierte en una costumbre. Como había muchas actividades que me estaban prohibidas, permanecía inmóvil mucho tiempo, en medio del ajetreo de la vida, y aunque sólo fuera para distraerme, miraba agitarse a los demás, muchas veces con envidia, lo que me llevaba a observarlos aún mejor. Empecé de muy niño. A partir del día en que tuve asma, tanto en los Champs-Elysées como en el Pré Catelan de Illiers, en casa de mi tío Amiot, no podía correr, me paseaba. En Illiers, pasaba horas enteras mirando fluir el agua del Loir, y después leyendo o escribiendo en el pequeño pabellón con toda la naturaleza ante mis ojos. Lo mismo ocurría cuando acompañaba a mi tío en su tílburi; veía cómo se desplegaba y se movía el paisaje, y cómo los campanarios de los pueblos sonaban en la llanura. La vida, las personas, son también una naturaleza que se despliega y pasa; pero, a fuerza de mirar, de observar, uno acaba por interesarse en las relaciones y, como los sabios, a través de las relaciones, con reflexión, se llegan a descubrir las leyes.

También me decía, señalando con un gesto sus ojos y su frente:

-Todo está anotado aquí, Céleste. Si no hay memoria, no se puede comparar, y sólo comparando se llega a completar el pensamiento. Pero nunca se acaba. Por eso necesito siempre ir a ver las cosas una y otra vez.

-La verdad de la vida está en la observación y la memoria. Si no, se limita a pasar. He puesto toda mi observación y toda mi memoria en mis personajes, para que sean verdaderos. Para ser verdaderos, tienen que estar completos. Por eso a cada uno le he vestido y peinado a base de los detalles y el recuerdo de tantos otros a los que he observado a lo largo de mi vida.


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