Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DUQUESA DE GUERMANTES


Monsieur Proust, Céleste Albaret, p. 186

Me hablaba de un lujo inaudito, de los criados, de las flores, de los cuadros, de las arañas de cristal, de las joyas, de los coches de caballos que invadían el barrio, llevando y esperando a los invitados.

-¡Era de una magnificencia increíble, Céleste, y a veces con unas excentricidades ... !

Y lo evocaba corno un sueño, aunque no lo aprobara todo.

-Figúrese que una noche, en una cena de madame Straus, compareció un hombre con un mono vestido con plastrón y traje completo. Aparte de que a mí no me gustan los animales, era algo de un mal gusto indecente. Y en casa de madame Greffulhe, con motivo de una fiesta de disfraces, vi a dos cachorros de león que tiraban de pequeñas carretillas que contenían los accesorios del baile, conducidos por cuatro de los cuarenta y cinco sirvientes de la condesa, vestidos de librea. También aquello me pareció excesivo. Además, aunque los cachorros de león habían sido bien adiestrados, nada les impidió arrancarle un brazo al portero al día siguiente.

Pero no cabía duda de que sentía una gran debilidad por madame Greffulhe.

-Hoy puedo confesarlo, Céleste -me dijo una noche-. Creo que, desde la primera vez que la vi, quedé totalmente seducido. Tenía raza, clase, prestancia, un modo de erguir la cabeza ... ¡Y qué forma de llevar un ave del paraíso en el cabello! ¡Era única! Y, con sus manos ágiles, imitaba la graciosa pose del pájaro sobre el peinado.

-Era innato en ella -me decía-. Era única. No sé cuántas veces habré ido a la Ópera sólo para admirar su porte al subir las escaleras. Yo estaba allí, al acecho. La veía pasar, el cuello graciosamente erguido bajo el pájaro que parecía haberse posado por sí mismo. Era una delicia.

Pero tuvo pocas ocasiones de ver a la condesa, salvo en algunas recepciones en su casa a las que era invitado, y en algunos festejos mundanos, fiestas o bodas. Y se debió en gran parte a los celos del conde, que no tenía reparos en decir que no le gustaba monsieur Proust y que no aprobaba la amistad que mantenía con su mujer.


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