Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

PASIFAE


Héroes, Stephen Fry, p. 383

-Mándame un toro del mar, mi señor Poseidón -clamó-, para que mis hermanos sepan que Creta es mía. Yo sacrificaré al toro en tu nombre y siempre te veneraré. Dicho y hecho, el toro blanco más hermoso que se hubiera visto emergió de entre las olas. Tan hermoso, de hecho, que produjo dos resultados desastrosos. El primero, que Minos decidió que era un animal demasiado bello para matarlo, así que sacrificó un animal más común de su propio ganado, cosa que enfureció muchísimo a Poseidón. Y, en segundo lugar, la asombrosa belleza del toro atrajo a Pasífae. No podía dejar de mirarlo. Lo deseaba. Lo deseaba encima, a su alrededor, dentro de ella ... Lo siento, Teseo, pero es que es así. Cuento la historia como la sabemos. Hay quienes dicen que fue Poseidón, furioso, quien le insufló esta lujuria, parte del castigo de Minos por no sacrificar el toro, pero en cualquier caso, Pasífae se vio poseída por un deseo  frenético por el animal.

El toro era, pues eso: un toro, así que no tenía manera de saber cómo responder a las insinuaciones de una mujer. En pleno marasmo de aquella pasión erótica suya, la enamorada Pasífae acudió a su amigo (y tal vez examante) Dédalo y le pidió si podría ayudarla a beneficiarse al toro. Sin pensárselo dos veces, Dédalo, excitado quizá por el desafío intelectual, se puso a fabricar una vaquilla artificial. La hizo de madera y hojalata, pero la forró con una piel de vaca auténtica. Pasífae se metió dentro y colocó la parte que le interesaba en la obertura practicada a tal efecto. Empujaron el artefacto sobre ruedas hasta el prado donde el toro pastaba. Lo sé, muchacho, qué asco, pero te cuento la historia como la conoce el mundo.

Aquel plan depravado funcionó, para gran asombro de todos. Pasífae chilló en medio de un delirio jubiloso mientras el toro la penetraba. En su vida había experimentado un éxtasis carnal semejante. Sí, ríete, búrlate y resopla con sorna lo que te apetezca, pero eso es lo que sucedió, Teseo.


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