Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

MATRIMONIO ORIGINAL


A propósito de nada, Woody Allen, p. 25
De joven, mis películas favoritas eran las que he bautizado como «comedias de champagne”. Me encantaban las historias que transcurrían en áticos en los que las puertas del ascensor se abrían directamente delante de la vivienda y se descorchaban botellas, donde hombres melosos que pronunciaban frases ingeniosas seducían a mujeres hermosas que holgazaneaban en la casa vestidas con lo que hoy en día alguien se pondría para asistir a una boda en el Palacio de Buckingham.
Esos pisos eran amplios, por lo general dúplex, con mucho blanco. Al entrar, uno, o el invitado de uno, casi siempre se dirigía a una barra pequeña y accesible para servirse alguna copa de una licorera. Todos bebían todo el tiempo y nadie vomitaba. Y nadie padecía cáncer y en el ático no había goteras, y cuando sonaba el teléfono en plena noche, la gente que vivía en los pisos altos de Park Avenue o de la Quinta Avenida no tenía, como mi madre, que salir a rastras de la cama y golpearse las rodillas en la oscuridad buscando a tientas ese instrumento negro para enterarse de que tal vez un pariente acababa de morir. No. Hepburn, Tracy, Cary Grant o Mirna Loy se limitaban a descolgar el teléfono que tenían sobre la mesita de noche a centímetros de donde dormían, que por lo general era blanco, y las noticias no giraban sobre la metástasis de las células o una trombosis coronaria producto de años de letales comilonas de carne asada, sino de enigmas más fáciles de resolver, como: “¿Qué? ¡¿Qué es eso de que no estamos legalmente casados?!”.

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