Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

HUGH HEFNER


A propósito de nada, Woody Allen
En algunas ocasiones, Jean, John y yo íbamos a casa de Hugh Hefner. No con mucha frecuencia, pero sí de vez en cuando. Era una casa abierta casi las veinticuatro horas, con cuadros de Picasso en las paredes y llena de famosos, deportistas y mujeres sexis. El verdadero atractivo eran las mujeres sexis y no los cuadros de Picasso, creedme. Cada vez que yo pasaba por Chicago recibía una llamada de la Mansión Playboy para invitarme a que me hospedara allí. Jamás lo hice, pero en ocasiones nos dejábamos caer y socializábamos. Yo tengo una regla fundamental en la vida: jamás me quedo como invitado en casa de nadie. Y tampoco intenté ligarme jamás a ninguna de las compañeras de piso de Hefner. La mera idea de que alguna de esas exuberantes maravillas de la naturaleza malgastara un cuark de su atención en una persona como yo, cuya mejor descripción sería la de un tipo torpe a quien el simple hecho de tener presentarse lo hacía morirse de miedo, me volvía completamente tímido. Con los años llegué a mantener relaciones breves algunas protagonistas del póster central desplegable, pero eso nunca tuvo lugar durante una visita a la mansión de  Hefner. Por lo general, me confundían con otra persona. Hefner me bien y recuerdo que una noche me explicó que de niño siempre había soñado con tener una casa en la que todo el tiempo estuviera pasando algo y en la que nadie prestara atención al reloj Te despertabas cuando se te antojaba, desayunabas cuando parecía bien, hacías lo que querías. A la hora que fuera. Si levantabas a las dos de la mañana, entonces tu día empezaba en ese momento y tu calendario se acomodaba a tus propios tiempos. A mí aquello me tenía sin cuidado, puesto que sueños de los demás nunca significan nada para mí, pero si Hefner le hacía feliz vivir así, y así era, entonces genial. Lo único que sé es que era un anfitrión amable y generoso y un rico y exitoso, y si a él le gustaba levantarse a las once de noche, desayunar y luego jugar al Monopoly con celebridades, ¿quién era yo para objetar algo?

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