Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DIVORCIO


Serotonina, Michel Houellebecq, p. 181
-¿Vas a divorciarte? -pregunté, con la mayor calma y con un tono casi de indiferencia.
Él se desplomó literalmente en el sofá, le serví un vaso grande de vodka, necesitó por lo menos tres minutos para llevárselo a los labios, hubo un momento incluso en que tuve la sensación de que se iba a echar a llorar, cosa que habría sido embarazosa. Lo que tenía que contarme no tenía nada de original, las personas no solo se torturan unas a otras, sino que se torturan con una absoluta falta de originalidad. Naturalmente es penoso ver que alguien a quien has amado, con quien has compartido noches, despertares, quizá enfermedades, preocupaciones por la salud de los hijos, se transforme en cuestión de días en una especie de vampira, de arpía cuya avidez financiera no conoce límites; es una experiencia terrible de la que no te repones nunca del todo, pero quizá sea en cierto sentido saludable, la travesía de un divorcio es tal vez el único medio eficaz para poner fin al amor (en la medida, evidentemente, en que se considere que el fin del amor puede ser algo saludable), si yo, por mi parte, me hubiera casado con Camille antes de divorciarme de ella, quizá habría conseguido dejar de amarla; y fue justo en aquel momento, al escuchar el relato de Aymeric, cuando por primera vez, sin precaución, fabulación ni restricción de ninguna clase, dejé penetrar directamente en mi conciencia la evidencia penosa, atroz y letal de que todavía amaba a Camille; aquel cotillón empezaba en verdad mal.

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