Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DE LA GUERRA


El reino, Gonçalo M. Tavares, p. 93
No estoy constatando un hecho bueno, decía, sino tan sólo un hecho. Me atrevería incluso a decir que es un hecho malo, un hecho negativo para una sociedad que aspira a ser justa, pues la justicia empezará por la igualdad en el acceso a la vida y a la muerte o, en este caso, en la igualdad de facilidades que la muerte tiene para llegar a cualquier cuerpo. Claro que ellos tienen tantos hijos, decía Leo Vast siempre en el mismo tono, ellos tienen tantos hijos que, en cierto sentido, esa facilidad que tienen también para morir es una compensación natural llegada del otro lado. Digamos que la guerra es una herramienta para mantener más o menos equilibrada la proporción de pobres y ricos, decía. Tras un largo periodo de paz, en el que los pobres procrean a un ritmo cuatro o cinco veces superior al de los ricos, que son avaros hasta en el reparto de sus genes, es decir, tras un periodo en el que la estructura del mundo deja que los pobres aumenten su masa de un modo brutal, surge una guerra, llegada de no se sabe dónde, para restablecer de nuevo una relación cuantitativamente tolerable entre el pueblo y las élites. Y es que, pese a todo, el dinero tiene sus límites frente a la fuerza física, y si los adversarios se van multiplicando la competición puede entrar en una pendiente irreversible que conduzca a nuestra derrota. Y que me perdonen los pobres y las viudas, decía Leo Vast divertido, pero a nadie, a nadie en absoluto le gusta perder. Ni siquiera a los ricos.

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