Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LOS ANGELES

Trilogía de la guerra, Agustín Fernández Mallo, p. 330
Al iniciar mi vida en Estados Unidos residí algún tiempo en Los Angeles, ciudad habitada por más de un millón de personas de origen mexicano. A primera vista sorprende al viajero -además de la pureza del cielo y de la fealdad de las dispersas y ostentosas construcciones-, la atmósfera vagamente mexicana de la ciudad, imposible de apreciar con palabras o conceptos. Esta mexicanidad -gusto por los adornos, descuido y fasto, negligencia, pasión y reserva -flota en el aire. Y digo que flota porque no se mezcla ni se funde con el otro mundo, el norteamericano, hecho de precisión y eficacia. Cuando llegué a Estados Unidos me asombró sobre todo la confianza y seguridad de la gente, su aparente alegría y su aparente conformidad con el mundo que los rodeaba. Me pareció entonces -y me lo parece todavía- que Estados Unidos es una sociedad que quiere realizar sus ideales, que no desea cambiarlos por otros, y que, por más amenazador que le parezca el futuro, tiene confianza en su supervivencia.

Así se expresaba el libro El laberinto de la soledad, y tenía razón, aquí tenemos una desquiciada fe en nuestra supervivencia, de modo que a estos desahuciados chicos y chicas americanas que ahora oigo pasear por los pasillos de este hospital de Miami, cuerpos que frescos y limpios arrastran sus goteros, su cerebro abierto de pura transparencia y el mapa de América dibujado en sus rostros, nadie debería decirles que las ruedas de su gotero hacen ruido por un motivo mucho más oscuro y siniestro que la simple falta de aceite o inadecuados rodamientos, es mejor dejarles que sigan pensando en su futuro americano, que sigan convencidos de que el gotero que arrastran es el paso previo al skate que muy pronto les llevará de nuevo a las calles de Miami, mejor no hacerles saber que nunca saldrán vivos de este hospital. Y bien, yo sé que tampoco saldré vivo de aquí. Por eso antes del fin quiero contar una última historia, una historia excepcional, una experiencia brutal que creo no haber contado nunca a nadie, ocurrida en Los Ángeles a finales de la década de los años ochenta.

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