Por alguna extraña razón, nunca
pensé que llegaría a los cuarenta años. A los veinte, me imaginaba con treinta,
viviendo con el amor de mi vida y con unos cuantos hijos. Y con sesenta,
haciendo tartas de manzana para mis nietos, yo, que no sé hacer ni un huevo
frito, pero aprendería. Y con ochenta, como una vieja ruinosa, bebiendo whisky
con mis amigas. Pero nunca me imaginé con cuarenta años, ni siquiera con
cincuenta. Y sin embargo aquí estoy. En el funeral de mi madre y, encima, con
cuarenta años. No sé muy bien cómo he llegado hasta aquí, ni hasta este pueblo
que, de repente, me está dando unas ganas de vomitar terribles. Y creo que
nunca en mi vida he ido tan mal vestida. Al llegar a casa, quemaré toda la ropa
que llevo hoy, está empapada de cansancio y de tristeza, es irrecuperable. Han
venido casi todos mis amigos y algunos de los de ella
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