EL CHISME
Al terminar la conferencia, hubo grandes aplausos por parte de los profesores madrileños, pues, como
Elsa Tirana era una aventajada discípula de Marinetti, creyeron que se trataba de una conferencia vanguardista. Pero los aplausos no hicieron más que enfurecer a los portátiles, que decidieron entonces comenzar a propagar, en voz alta, todo tipo de infundios sobre los profesores: un desenfrenado desfile de chismes que sembró el pánico en el Ateneo.
Emilio Prados, tratando de frenar aquella orgía de chismes y calumnias se aproximó a quien él creía que era el jefe natural de aquel grupo de insolentes, García Lorca, y le recriminó la escasa altura literaria del chisme. Lorca le fulminó con la mirada y, apoyándose en el hombro de la hermosa negra que le acompañaba, se dedicó a explicarle que Marcel Proust, por ejemplo, escribía novelas que no eran más que chismes, y que lo mismo sucedía con Henry James.
Se acercó Duchamp, bebiendo un refrescante Shandy y le explicó a Prados que sólo se relatan cuentos para que alguien los repita, y que se deja de contarlos cuando esos cuentos no se conservan y que si no se conservan es porque, al escucharlos, se ha dejado de hilar y tejer. Entonces Luis Cernuda, con una amplia sonrisa, se unió a sus compañeros shandys y apostilló: “Sepa usted que el chisme participa de esa condición transitoria, eslabón de una cadena cuyos demás eslabones sin embargo lo reiteran sólo aproximadamente. Relato como trasitoriedad pura, el chisme también pone en escena la imposibilidad de una repetición idéntica, la inevitabilidad de la transformación incesante.
Historia abreviada de la literatura portátil / Enrique Vila Matas. Barcelona: Anagrama, 2007. p.114
1 comentario:
El chisme entonces sería equiparable a una standard de jazz que nunca es igual a si mismo por la fuerza misma de la improvisación.
Publicar un comentario