Te quiero más que a la salvación de mi alma
VALLE-INCLAN Y EL BRAZO PERDIDO
VALLE-INCLAN Y EL BRAZO PERDIDO
He leído que había veces que salía ya anochecido del café Nuevo Levante, donde tenía su tertulia y se acercaba dando un paseo hasta la plaza de Oriente, a despertar al rey. Allí se plantaba frente a palacio, amenazaba con su bastón, y se liaba a voces hasta que la autoridad, soñolienta y paciente pero harta de gritos, le conminaba al silencio con la amenaza de la comisaría: “¡Usurpadores austríacos”, decía, “levantaos y dejad el trono a su verdadero dueño, don Carlos¡”.
Había veces en que iba al Retiro a escribir. Se sentaba en un banco, sacaba unas cuartillas arrugadas y comenzaba a garabatear en el papel, sosteniendo lo escrito bajo el muñón, para que no se le volara. También trabajaba mucho en la cama: se recostaba todo lo largo que era, y allí, yacente, llenaba cuartillas y cuartillas que iba arrojando al suelo, tan tranquilo, sin numerar, y que después se veía obligado a ordenar durante horas, buscando sentido al texto. Luego, cuando se hizo editor, iba él mismo a la imprenta, dispuesto a cortar o añadir a la historia lo que hiciera falta, para que las páginas impresas salieran bien llenas.
Una vez estuvo ingresado en un sanatorio, creo que en el del rosario, en Madrid. Allí fue arrinconando las medicinas, las inyecciones y gasas de la vitrina que había, y colocando sus libros. También se dice que escondía un infernillo en el que hacía café a las visitas. Pero nunca se pudo demostrar.
TOMADO DE 39 ESCRITORES Y MEDIO DE JESUS MARCHAMALO Y DAMIAN FLORES
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