NI MAS NI MENOS QUE EDUARDO MENDOZA HABLADO DE NI MAS NI MENOS QUE DE JUAN BENET HABLANDO DE NI MAS NI MENOS QUE DON PIO
A esta tertulia acudían también jóvenes escritores, que veneraban a Baroja como a un ilustre patriarca superviviente de épocas mejores, pero que veían con recelo su metodología, en apariencia tosca, y su sorprendente producción, que por entonces rebasaba ya el centenar de obras. Entre estos jóvenes escritores se encontraba Juan Benet Gotilla, que frecuentó la casa del maestro a partir de 1946 y que dejó escrito, en una bella semblanza, más barojiana de lo que su autor estaría dispuesto a reconocer, este severo juicio: “ A lo largo de una vida de más de ochenta años y de una carrera literaria de casi sesenta, apenas alteró un ápice las premisas de donde había partido… entre su juventud y su madures, vio pasar el modernismo, el simbolismo, el dadaísmo, el surrealismo, sin que su pluma conociera el más mínimo estremecimiento; vio pasar a Proust, a Gide, a Joyce, a Conrad, a Mann, a Kafka, por no decir a Breton, a Céline, a Foster, a todos los americanos de entreguerras, la generación perdida, la literatura de la revolución, sin levantar la cabeza a su paso, obediente al gesto del retrato que de él hiciera Vázquez Díaz, escribiendo junto a una ventana”. Acierta Benet en el diagnóstico, pero se equivoca en la causa. Baroja no fue indiferente a este desfile de grandes nombres, de cambios y de ismos; simplemente, no los vio pasar. Debajo de aquella apariencia decrépita y melancólica subsistía aquel muchacho que distraía las horas tristes y lluviosas de su infancia con las increíbles aventuras de Arthur Gordon Pym. Durante toda su vida, su imaginación calenturienta hizo desfilar frente a aquella ventana, junto a la que lo pintó escribiendo Vázquez Díaz, una incesante y atropellada turbamulta compuesta de curas taimados y sanguinarios armados de trabucos, negreros filosóficos, inventores chiflados, frenólogos iluminados, conspiradores sentimentales, aristas de circo jubilados, revolucionarios abúlicos, buscadores de tesoros, mendigos, prostitutas y delincuentes, individuos marginales, parlanchines, atrabiliarios, cuyas fisonomías, gestos y voces Baroja iba consignando sin cesar en sus libros; y así, ajeno a todo, embelesado en la contemplación de este asombrosos desfile, dedicado a ser el escribiente que siempre quiso ser, no advirtió el paso de Proust, ni de Faulkner, ni de nadie que no fuera el escuadrón de Brigante y sus guerrilleros.
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