UNA ANÉCDOTA CURIOSA Y SIMPATICA SOBRE JL BORGES, CONTADA ADEMAS POR EDUARDO MENDOZA
Coincidí con JLB en Ginebra en lo que había de ser el último período de su vida. Fue una coincidencia espacial: nunca llegué a dirigirle la palabra. La experiencia personal más próxima de que dispongo es ésta: una tarde de finales de invierno, pocos meses antes de su muerte, estaba Borges sentado en un recoleto bistrot de la cuidad vieja, excepcionalmente solo. Un amigo mío, de nacionalidad argentina, se le acercó solícito. “Usted es JLB”, le dijo; a lo que éste respondió en impecable francés: “Sí, tráigame un zumo de naranja, por favor”.
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