Te quiero más que a la salvación de mi alma
INCIPIT 248. ESTAS RUINAS QUE VES / JORGE IBARGUENGOITIA
Los habitantes de Cuévano suelen mirar a su alrededor y después concluir:
—Modestia aparte, somos la Atenas de por aquí.
Cuévano es ciudad chica, pero bien arreglada y con pretensiones. Es capital del estado de Plan de Abajo, tiene una universidad por la que han pasado lumbreras y un teatro que cuando fue inaugurado, hace setenta años, no le pedía nada a ningún otro. Si no es cabeza de la diócesis es nomás porque durante el siglo pasado fue hervidero de liberales. Por esta razón, el obispo está en Pedrones, que es ciudad más grande.
—Los de Pedrones —dicen en Cuévano— confunden lo grandioso con lo grandote.
Todos están de acuerdo en que la ciudad ha visto mejores días. Para ilustrar su decadencia, suelen referirse al Oro, un pueblo fantasma que está allí cerca, que a fines del siglo XVII tenía más habitantes que los que ahora tiene Cuévano, la cual, afirman, fue una de las ciudades más importantes de la Nueva España.
—Esto que ve usted aquí —le dicen al visitante— no es más que rastrojo de lo que fue.
A lo que el recién llegado debe responder:
—Pero cómo rastrojo, si esta ciudad es una joya?
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