Te quiero más que a la salvación de mi alma

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Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EL DIOS DE LOS HOMOSEXUALES

De Los sinsabores de Bolaño, p.67-68La siguiente noticia de Padilla fue una postal del puerto de Barcelona. Allí nos vimos por última vez y a veces sospecho que definitivamente por última vez, decía. Y adelantaba el título de su novela: El dios de los homosexuales.
Amalfitano devolvió la pelota. En una postal de Santa Teresa en donde se apreciaba la estatua del General Sepúlveda, héroe de la Revolución, admitía que el título le parecía un acierto, un título triste, sin duda, pero acertado. Y sobre el dios de los homosexuales, ¿quién podría ser?, no la diosa del amor ni el dios de la belleza, sino otro, ¿pero quién? Sobre si se verían o no alguna otra vez, dejaba esa respuesta en manos del dios de los viajeros.
La contestación de Padilla fue rápida y extensa: el pintor de las ropas de cuero aparentemente no tenía motivos para suicidarse, Su estancia en Nueva York se debía a una exposición suya en la prestigiosa galería de Cina Randall, que tú seguramente no has oído mencionar en tu vida pero que para los entendidos es una de las galeristas más potentes de Babilonia. Así pues, descartados los motivos económicos y artísticos (en ese orden, insistía Padilla), quedaban los sentimentales o amorosos, pero el susodicho era famoso por su frialdad a prueba de caderas y romanticismos más o menos admitidos, por lo que también se debía descartar esa posibilidad. ¿Y sin lo económico, lo artístico y lo amoroso, qué queda que pueda empujar a un hombre al suicidio? Elemental, el aburrimiento o la enfermedad, uno de estos dos criminales se lo cargó, elige tú. Sobre la identidad del dios de los homosexuales, Padilla era categórico: es el dios de los mendigos, el dios que duerme en el suelo, en las puertas del metro, el dios de los insomnes, el dios de los que siempre han perdido. Aquí hablaba (caóticamente) de Belisario y de Narsés, dos generales bizantinos, el primero joven y hermoso, el segundo viejo y eunuco, pero ambos excelentes para los propósitos militares del Emperador, y hablaba del pago de Bizancio. Es un dios desamparado, feo y refulgente, que ama pero cuyo amor es terrible y siempre, pero siempre, se vuelve contra él.
El pago de Chile, recordó Amalfitano y también pensó, pero, coño, si me está describiendo al dios de los poetas pobres, el dios del conde de Lautréamont y de Rimbaud.

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