De Subterráneos, de Vicente Luis Mora, p.118-119
Ningún programa puede examinar la Biblioteca más rápidamente de lo que ésta crece. Incluso para fijar un mapa del crecimiento los estándares irían al límite de su capacidad. Comienzan a temerse preocupantes consecuencias de esta estructura, si cabe la palabra. Según se cuenta en navegadores desfasados, la biblioteca habría sido creada por el Gran Programador, sobre elementos vegetales, sin pensar que, al reproducir sistemas tomados de una naturaleza anterior y distinta, sus leyes podrían aparecer también tan rígida como naturalmente. De ahí su tendencia a multiplicarse sin discriminación, a la terca supervivencia, a la belleza. Los botánicos bibliotecarios (no confundir con los bibliotecarios botánicos) comienzan a temer que su crecimiento es incontrolado y que el mayor peligro —no sé si confirmarlo es mi misión— no es su dispersión infinita sino el desconocimiento de las leyes o modelos que conforman su elefantiasis.
Por ello, la deriva en el sistema puede desembocar en caminos sin retorno, y ha de estarse siempre alerta. Una decisión errónea puede ser fatal, y condenar a regiones circulares o periféricas, de la que sólo se puede salir esperando que la Biblioteca decida (o decida el Programador) crecer por aquella parte y optimizarla. Hay también regiones que nadie conoce, y otras en las que extraños nódulos titilan en silencio y en la más profunda de las penumbras, Cualquiera está en peligro de extraviarse. Nuestro camino es binario, ceros y unos, unos y ceros, y nunca sabemos cuándo, exactamente, vamos a ponernos en funcionamiento, cuándo se nos designará para actuar en un concreto sentido o dirección, o para seguir latiendo, en mi caso, sin más, en el flujo continuo de energía. Nuestro camino es binario, Unos y ceros. Ser o no ser. Uno, y eres, Cero, no eres: esperas.
No faltan disensiones, grietas, fracturas, en este mundo tan perfecto en apariencia. Están los Brocs. Son bits o programas que olvidaron quiénes fueron, y destruyen programas por puro rencor. No puede reconocérselos a simple vista. Viajan y se comportan como los demás, hasta que inesperadamente revelan, en cualquier parte y sin previo aviso, su auténtica y feroz apariencia. Viejas leyendas dicen que un día gozaron del favor de los Programadores, pero que se creyeron tan puros y perfectos, que éstos les condenaron a vagar sin más finalidad que la destrucción. Como nosotros, no pueden morir. A ellos parece afectarles esa idea.
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