-Undine Spragg: ¿cómo te atreves? -gimió su madres, alzando una mano prematuramente arrugada, y cargada de anillos, para defender la esquela que un botones de l´naguida apariencia acababa de entregarle.
Pero su defensa fue tan débil como su protesta y no dejó de sonreir a su visitante mientras la señorita Spragg, con un rápido movimiento de sus ágiles dedos, se apoderaba de la misiva y se retiraba hacia la ventana a leerla.
-Adivino que es para mí -fue todo lo que dijo a su madre por encima del hombro.
-¿Ha visto alguna vez algo semejante, señora Heeny?
La señora Heeny, un apersona robusta y con aspecto de profesional, enfundada en un impermeable, con el velo rojizo echado hacia atrás y un raído bolso de lagrato a sus pies, siguió la mirada de la madre con una aire de divertida apropbación.
-Nunca he vistouna figura más encantadora -convino, respondiendo más al espíritu que a la letra del interrogante de su anfitriona.
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