A primera impresión se trataba de un río en ciernes, enigmático, furtivo y avaro y dominado, en su curso alto, por su aversión a las vegas y un montaraz pudor que le impedía dejarse ver por los ojos del hombre. Pero apenas llevaba agua, ni siquiera en los días de lluvias torrenciales. Sin duda conoció, durante la regresión terciaria, épocas de grandeza de la que al menos había podido heredar un nombre de alcurnia fluvial; pero el que un día fue uno de los señores del desagüe meridional de la cordillera había de perder hasta el apellido, traicionado y arrinconado por su gemelo occidental, fosilizado en sus tortuosos y estrangulados meandros, los profundos cortados en la caliza y las calladas muestras de su pasada y violenta erosión.
Desde el aire el valle semeja un retorcido, corrugado, oxidado y podrido tubo de escape, salpicado de escamas y lentejuelas brillantes, empalmado a esa acelerada sierra cuya frente limpia y casi incolora asoma por encima de su inseparable y postizo penacho de nubes.
JUAN BENET: SAUL ANTE SAMUEL
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