Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

COMUNES TAMBIEN


Madrid, Andrés Trapiello, p. 158

La gente tenía ganas de leer, ver o decir lo que le diera la gana sin temor a represalias ni censuras humillantes. Que a uno le echaran o no de un trabajo, daba igual. Acababa encontrando otro. En dos o tres años las librerías se llenaron de libros prohibidos hasta entonces y algunos hicieron su agosto editando pelmazos politicos de letra apretada, la moda del día. Los quioscos madrileños se llenaron de publicaciones pomo y se abrieron las primeras salas X. Después de cuarenta años sin libertad de prensa, la euforia llevó a algunas demasías desconcertantes. Uno de los nuevos periódicos madrileños (Diario 16) reprodujo en su última página y a gran tamaño la foto del cadáver de un hombre al que el desplome de un muro, a consecuencia de un temporal, había sorprendido en el momento en que sodomizaba a una gallina, “que también falleció en el acto”, no se sabe si del golpe o estrangulada entre las manos de su amante. La foto no ahorraba ningún detalle. Y al poco, en la misma línea, otra en la que se veía a una mujer en el momento de entrar en las urgencias de un hospital aliado de un guardia municipal que llevaba en brazos con gran delicadeza el perro lobo del que su dueña no había podido desengancharse, cubierta la cópula con una manta. Los jerarcas del antiguo régimen no desaprovechaban esas ocasiones para señalar las diferencias entre libertad y libertinaje. Ni que decir tiene que  unos cuantos nos sumamos entusiasmados al libertinaje y empezamos a pedir, a través de la Cope! (Coordinadora de presos en lucha, una idea del grupo luxemburguista de Bonet que llevaron a Savater, Ferlosio y García Calvo}, la libertad de los presos ... ¿Politicos? Ja, para pedir eso ya estaban los benditos partidos de izquierda. Nosotros pedíamos la libertad de los presos comunes, de todos, sin distinción de códigos ni delitos, criminales, pederastas, chorizos, envenenadoras, y en cuanto cogimos carrerilla pedimos también que abrieran las puertas de los manicomios y soltaran a todos los locos, esquizofrénicos, depresivos, psicópatas. El poeta Leopoldo Maria Panero, un hombre previsor, estaba entusiasmado con esto último. Fue una alegría inmensa saber que teníamos como capitanes a Ferlosio, Savater, García Calvo, Gilles Deleuze, Félix Guattari y Michel Foucault,  quien hizo poco después un llamamiento mundial para que nadie se creyera lo del sida, según él una patraña inventada por la Cía para reprimir el deseo de los homosexuales (murió, naturalmente, de sida al poco tiempo, llevándose con él a los miles de incautos que le creyeron}.


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