Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

ATENAS, SOCIEDAD ABIERTA


Los griegos antiguos, Edith Hall, p. 179
En la Atenas democrática de los siglos V y IV a. C., la civilización griega alcanzó el apogeo de su creatividad. De las comunidades helénicas estudiadas en este libro, es posible que los atenienses de la época clásica fueran los únicos que demostraron poseer las diez características que definieron la mentalidad de los griegos antiguos. Tenían una curiosidad insaciable, eran marineros excelentes, desconfiados por naturaleza de cualquier persona con alguna clase de poder, muy competitivos, maestros en el arte de la oratoria, amantes de la risa hasta el punto de llegar a institucionalizar la comedia y, además, adictos a los pasatiempos placenteros. Con todo, no cabe duda de que el rasgo más característico del carácter ateniense, impreso en cada uno de sus logros colectivos, fue su apertura, tanto a la innovación como a la hora de adoptar ideas foráneas y expresar su subjetividad.

La democracia ateniense, a la que el estadista Solón había allanado el terreno constitucional a principios del siglo VI a. C. -si bien no se instauró hasta 507 a. C.- fue un sistema de gobierno muy novedoso: los atenienses son «siempre amigos de novedades, muy agudos para inventar los medios de las cosas en su pensamiento, y más diligentes para ejecutar las ya pensadas y ponerlas en obra», dijo, según Tucídides, que era oriundo de Atenas, un diplomático corintio. Se enorgullecían también de su apertura cultural. En un discurso de elogio a los soldados caídos en el campo de batalla durante el verano de 431 a. C., Pericles, en su Discurso fúnebre, alabó así a sus conciudadanos: «Tenemos la ciudad abierta a todos y nunca impedimos a nadie, expulsando a los extranjeros, que la visite o contemple -a no ser tratándose de alguna cosa secreta de que pudiera sacar provecho el enemigo al verla.» Esta frase fundamental demuestra que la apertura ateniense no fue solo un proceso unívoco. Los atenienses, siempre receptivos a las ideas nuevas que llegaban del exterior, acogían sin reservas a los forasteros; tampoco les daba miedo permitir que otros examinaran su modo de vida desde dentro. Esa honradez social y psicológica estaba a su vez íntimamente relacionada con su inmenso talento para analizar sin tapujos, en el teatro y la filosofía, las emociones y el comportamiento humanos.

Esa apertura a nuevas ideas los ayudó a convertirse en unos marinos excelentes en muy poco tiempo, aunque relativamente tarde, solo cuando vieron aproximarse la amenaza del imperio persa.


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