Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EL CUERPO


Los años, Annie Ernaux
El cuerpo, cuya forma quedaba asegurada gracias al jogging, el fitness y el aerobic, y cuya pureza interior quedaba preservada por el agua Évian y los yogures, proseguía su asunción. Él pensaba por nosotros. Debíamos “realizarnos” gracias a la sexualidad. Leíamos el Tratado de las caricias del doctor Leleu para perfeccionarnos. Las mujeres volvían a ponerse medias y liguero argumentando que lo hacían “por ellas mismas”. El requerimiento de “darse gusto” venía de todas partes.
Las parejas de cuarentones veían películas X en Canal+. Ante las pollas incansables y las vulvas afeitadas en primer plano, se despertaba en ellos un deseo técnico, chispa lejana sin relación con la pasión que los empujaba a abalanzarse el uno sobre el otro diez o veinte años antes cuando no le daba tiempo ni a quitarse los zapatos. En el momento del orgasmo decían “e voy a correr» como los actores. Se dormían con la satisfacción de sentirse normales.
La esperanza, la espera se desplazaba de las cosas hacia la conservación del cuerpo, una juventud inalterable. La salud era un derecho, la enfermedad una injusticia que había que reparar lo antes posible.
Los niños ya no tenían lombrices y no se morían casi nunca. Los bebés-probeta nacían como si nada, los corazones y los riñones cansados de los vivos eran sustituidos por los de los muertos.
La mierda y la muerte tenían que ser invisibles.
Preferíamos no hablar de las enfermedades nuevas que no tenían remedio. La de nombre germánico, Alzheimer, que aturdía a los ancianos y les hacía olvidar nombres y caras. La otra, cogida por la sodomía y las jeringuillas, azote de homosexuales y drogadictos, como mucho mala suerte de alguno que había recibido una transfusión.

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