Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LENIN Y DIOS

El puente en la selva, B. Traven
El campesino harapiento no dejó de cantar un instante. Se negaba a echar un trago, cosa que le ofrecían de vez en cuando. Era agrarista, y se consideraba comunista. En su jacal tenía un altar con una estampa de la Santísima Virgen en el medio, una de san Juan a un lado y un retrato pequeñito de Lenin al otro, pues suponía que estaba sentado en el trono del Padre, lo mismo que san Juan y los demás santos. Su reivindicación del comunismo, como la de los demás agraristas de la república, se vería satisfecha en cuanto le dieran diez o veinte acres de buena tierra y le garantizaran que no se la iba a quitar nadie, ni a él ni a su familia. Era de esa clase de personas que disfrutan hablando de política y que te hacen creer que el comunismo se reduce a algo muy simple: darle comida al pueblo, mucha comida, y asegurarles que siempre tendrán trabajo. Si les llenas la barriga y les pones muchas películas a un céntimo la entrada, se acabarán las arengas de los agitadores subidos en cajas de jabón, y nadie volverá a hablar de revolución.

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