Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

AEROPUERTO

El hacedor de Borges, Agustín Fernández Mallo, p. 107
Una leyenda aérea afirma que los aeropuertos no están sobre la tierra, sino que flotan a pocos milímetros del suelo, y que ése es el motivo por el que atraen a tantas personas, por su carácter de simulacro que, no obstante, posee materialidad. No se aprecia a simple vista, pero permanecen suspendidos (pistas de despegue incluidas], inmunes al frío, al calor, a los vientos del Norte, a los millones de personas que los atraviesan, a las subidas y bajadas de la Bolsa, al electromagnetismo, a las suelas de los zapatos, a los espaguetis con carne; nada les afecta, nada puede cambiar su estructura, composición, distribución, tiendas y restaurantes, ni su virtud de objeto eterno, inasible a la corrupción que origina el tiempo. Los aeropuertos son, en efecto, las nuevas catedrales. Hace años, los paneles que anunciaban las llegadas y las salidas eran naipes de letras rodantes, máquinas tragaperras que en vez de plátanos y fresones componían nombres de ciudades, horas y fechas. Me sentaba en aquel casino, y pasaba las tardes mirando, especulando sobre el azar. Todo viaje era eso: un producto de la arbitrariedad. Otra costumbre de aquellos años, y que aún conservo, era llegar 2 horas antes de la salida de mi vuelo. Baudelaire afirmó a finales del siglo 19 que el lugar natural del dandi es la ciudad, el invento más moderno de su época, algo que iba más allá de la simple urbanística, era el territorio donde la humanidad había conseguido su máxima expresión: volar desprendida de la  naturaleza, el lugar donde el exhibicionista podía darse tal y como es, perfecto, desarraigado y diletante. Hoy, muertas las ciudades como objeto de tránsito y deseo, el lugar natural del dandi es el aeropuerto. Paseo entre las tiendas, simulo que miro unos CDs, me pruebo una corbata, en la perfumería no cometo esa vulgaridad de llevarme las muestras, me perfumo allí mismo, consumo el tiempo razonando tácticas de flirteo, doy vueltas, emito señales sin comprometerme en esa nave que flota a pocos milímetros del suelo.

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