Amor, etcétera, Jlian Barnes, p. 66-67
El momento del deseo se vuelve
más ... frágil, creo. Estás viendo un programa de televisión, medio pensando en
ir a la cama, y luego cambias de canal, ves alguna basura y al cabo de veinte
minutos los dos estamos bostezando y el momento ha pasado. O uno de los dos
quiere leer y el otro no, y uno de los dos espera tumbado en la penumbra a que
el otro apague la luz, y entonces la espera, la esperanza, se convierte en un
ligero rencor, y el momento pasa, y eso es todo. O transcurren unos días -más
de lo habitual, de todos modos-, y descubres que el tiempo obra simultáneamente
en dos sentidos. Por un lado echas de menos el sexo y por el otro empiezas a
olvidarlo. Cuando éramos niños pensábamos que los monjes y las monjas tenían
que estar secretamente cachondos todo el rato. Ahora pienso: Apuesto a que a la
mayoría de ellos les trae sin cuidado, y apuesto a que el rijo desaparece solo.
No me entiendas mal. Me gusta el
sexo; y también a Olíver. Y todavía me gusta el sexo con él. Él sabe lo que me
gusta y lo que quiero. El orgasmo no es un problema. Los dos sabemos la mejor
manera de alcanzarlo. Podría decirse que eso casi formaba parte del problema.
Si es que hay alguno. Es decir, casi siempre hacemos el amor de la misma forma:
el mismo lapso, la misma duración (qué horrible palabra) de los preámbulos, la
misma postura o posturas. Y lo hacemos así porque es como mejor funciona; es
como sabemos por experiencia que nos gusta más. Así que se transforma en una
tiranía, en una obligación o algo por el estilo. En cualquier caso, es
imposible cambiar. La regla con respecto al sexo conyugal, si te interesa
saberla -y quizá no te interese-, es que al cabo de unos años no puedes hacer
nada que no hayas hecho antes. Sí, ya sé, he leído todos esos artículos y
consultorios sobre la manera de añadir picante a tu vida sexual, de hacer que
él te compre ropa interior especial, y que a veces basta con una cena romántica
los dos solos con velas, y dedicar un remanso de paz a estar juntos, y me río
porque la vida no es así. Mi vida, por lo menos. ¿Remanso de paz? Siempre hay
un montón de ropa para la colada.
Nuestra vida sexual es ...
amistosa. ¿Entiendes lo que quiero decir? Sí, ya veo que lo enciendes. Quizá
demasiado bien. Somos compañeros. En el sexo disfrutamos de la mutua compañía. Hacemos
todo lo posible por el otro, procuramos su bienestar durante el acto. Nuestra
vida sexual es ... amistosa. Seguro que hay cosas peores. Mucho peores.
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