Fernando Pessoa, Libro del desasosiego
A mi sensibilidad cada vez más profunda y a mi conciencia cada vez mayor de la terrible y religiosa misión que todo hombre de genio recibe de Dios con su genio, todo cuanto es futilidad literaria, mero-arte, va sonando gradualmente cada vez más hueco y repugnante. Poco a poco, pero con segundad, en el divino cumplimiento íntimo de una evolución cuyos fines me son ocultos, he venido alzando mis propósitos y mis ambiciones cada vez más a la altura de aquellas cualidades que recibí. Tener una acción sobre la humanidad, contribuir con todo el poder de mi esfuerzo a la civilización se me vienen convirtiendo en los graves y pesados fines de mi vida. Y así, hacer arte me parece algo cada vez más importante, misión cada vez más terrible -deber que ha de ser cumplido arduamente, monásticamente, sin desviar los ojos del fin creador-de-civilización de toda obra artística. Y por eso mi propio concepto estético del arte aumentó y ganó en dificultad; me exijo ahora mucha más perfección y una elaboración cuidada. Hacer arte rápidamente, aunque sea bien hecho, me parece poco. Debo a la misión que en mí siento una perfección absoluta en lo realizado, una seriedad íntegra en lo escrito. (...) Regreso a mí. Durante años he viajado recogiendo maneras-de-sentir. Ahora, habiéndolo visto y sentido todo, tengo el deber de encerrarme en casa dentro de mi espíritu y trabajar, cuanto pueda y en todo cuanto pueda, para el progreso de la civilización y la ampliación de la conciencia de la humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario