De La Voz de Galicia, 20 de abril de 2011
Zsa Zsa Gabor, de 94 años, busca una madre de alquiler
La pareja inició la semana pasada los trámites para buscar descendiente con la ayuda de una clínica de fertilidad de Beverly Hills.
«No me importa lo que diga la gente, no es asunto suyo», comentó Von Anhalt a la cadena de televisión estadounidense al ser cuestionado sobre su posible paternidad a una edad tan avanzada.
El marido de Gabor aseguró que su familia es muy longeva e insistió en que lo importante es estar con los niños cuando son pequeños porque cuando llegan a la adolescencia «ya no escuchan a nadie».
Von Anhalt confirmó que la popular Gabor, protagonista de títulos como «Sed de mal» (1958), es incapaz de hablar debido a su delicado estado de salud, aunque aseguró que la idea de ser padres la tenían desde hace tiempo e incluso adelantó los nombres de un posible bebé.
«Zsa Zsa Jr. si es niña y Frederic Jr. si es niño», dijo.
El marido negó que el plan de buscar un descendiente tuviera algo que ver con una trama para quitarle parte de la herencia a la única hija de Gabor, Francesca Hilton, de 64 años.
«Eso es un pensamiento enfermizo», criticó Von Anhalt que señaló que la actriz dejó escrito su testamento en 2005 y que actualmente es incapaz de firmar documentos para cambiar nada.
El posible embarazo requerirá de la donación de un óvulo (aunque ha habido rumores de que podría existir uno congelado por Gabor en los años 60), un vientre de alquiler para la gestación y el alumbramiento y la atención de un grupo de especialistas, lo que Von Anhalt estima que podría ascender hasta los 100.000 dólares.
La única hija de Gabor, Francesca Hilton, confesó encontrarse impactada con el plan de su madre y su padrastro.
Recientemente Gabor, en silla de ruedas desde el accidente que sufrió en 2002, tuvo que enfrentarse a la amputación de una pierna y una operación de cadera.
Gabor y Von Anhalt pensaron en tener un hijo cuando se casaron hace 25 años y, según el marido, la intérprete volvió a insistir sobre ese asunto en los últimos meses.
Una de las razones de su deseo por aumentar la familia es conseguir un heredero del apellido Gabor después de que las hermanas de la actriz murieran sin descendencia y su única hija, Francesca, usara Hilton en vez de Gabor.
Francesca Hilton nació fruto del segundo matrimonio de Gabor con el magnate hotelero Conrad Hilton quien era bisabuelo de la también famosa Paris Hilton.
Zsa Zsa Gabor protagonizó títulos como «Moulin Rouge» (1952), de John Houston, donde interpretaba a una modelo del pintor Toulouse Lautrec, así como «Lili» (1953), «La Chica del Kremlin» (1957) y «Sed de mal
Te quiero más que a la salvación de mi alma
INCIPIT 245. LOS ENAMORAMIENTOS / JAVIER MARIAS
La última vez que vi a Miguel Desvern o Deverne fue también la última que lo vio su mujer, Luisa, lo cual no dejó de ser extraño y quizá injusto, ya que ella era eso, su mujer, y yo era en cambio una desconocida y jamás había cruzado con él una palabra. Ni siquiera sabía su nombre, lo supe sólo cuando ya era tarde, cuando apareció su foto en el periódico, apuñalado y medio descamisado y a punto de convertirse en un muerto, si es que no lo era ya para su propia conciencia ausente que nunca volvió a presentarse: lo último de lo que se debió de dar cuenta fue de que lo acuchillaban por confusión y sin causa, es decir, imbécilmente, y además una y otra vez, sin salvación, no una sola, con voluntad de suprimirlo del mundo y echarlo sin dilación de la tierra, allí y entonces. Tarde para qué, me pregunto. La verdad es que lo ignoro. Es sólo que cuando alguien muere, pensamos que ya se ha hecho tarde para cualquier cosa, para todo —más aún para esperarlo—, y nos limitamos a darlo de baja. También a nuestros allegados, aunque nos cueste mucho más y los lloremos, y su imagen nos acompañe en la mente cuando caminamos por las calles y en casa, y creamos durante mucho tiempo que no vamos a acostumbrarnos. Pero desde el principio sabemos —desde que se nos mueren— que ya no debemos contar con
ZSA ZSA GABOR
MATERNIDAD
La actriz ha iniciado el proceso para tener un descendiente que lleve su nombre e incluso ha acudido a una clínica de fertilidad. La actriz Zsa Zsa Gabor, de 94 años, y su marido Frederic von Anhalt, de 67, iniciaron el proceso para ser padres para tener un descendiente que lleve el apellido de la estrella de Hollywood, informó hoy CNN.
La noticia fue confirmada por Von Anhalt, quien acudió a una clínica de fertilidad de Beverly Hills, en Los Ángeles, para realizarse las pruebas médicas previas necesarias.
El embarazo requerirá la donación de un óvulo y de un vientre de alquiler para la gestación y el alumbramiento, que Von Anhalt estima que podría ascender hasta los 100.000 dólares (70.000 euros).
La única hija de Gabor, Francesca Hilton, dijo estar muy sorprendida con el plan de su madre y su padrastro.
«Estoy retirado. Puedo hacerme cargo de esto», ha dicho Von Anhalt, el noveno marido de la famosa actriz cuyo débil estado de salud la ha llevado en numerosas ocasiones al hospital en el último año.
Recientemente Gabor, en silla de ruedas desde un accidente que sufrió en 2002, tuvo que enfrentarse a la amputación de una pierna y una operación de cadera.
Gabor y Von Anhalt pensaron en tener un hijo cuando se casaron hace 25 años y, según el marido, la intérprete volvió a insistir sobre ese asunto en los últimos meses.
Una de las razones de su deseo por aumentar la familia es conseguir un heredero del apellido Gabor después de que las hermanas de la actriz murieran sin descendencia y su única hija, Francesca, usara Hilton en vez de Gabor.
Francesca Hilton, de 64 años, nació fruto del segundo matrimonio de Gabor con el magnate hotelero Conrad Hilton.
Zsa Zsa Gabor protagonizó títulos como Moulin Rouge (1952), de John Houston, donde interpretaba a una modelo del pintor Toulouse Lautrec, así como Lili (1953), La Chica del Kremlin (1957) o Sed de mal (1958).
INCIPIT 244. CONFIANZA / HENRY JAMES
Era a principios de abril. Bernard Longueville había pasado el invierno en Roma para, luego, viajar al norte por imperativo de varias obligaciones sociales que le reclamaban al otro lado de los Alpes. Pero el encanto de la primavera italiana le tenía seducido y buscó un pretexto para demorarse. Había estado cinco días en Siena, aunque en princípio debían de ser dos; aun así le resultaba imposible proseguir su viaje. Era un joven con tendencia a la contemplación y la imaginación y esta era su primera visita a Italia, así que su demora no debe ser juzgada severamente. Le encantaba dibujar y tenía la intención de pergeñar algunos bocetos. En Siena había dos viejas fondas, ambas igual de astrosas y sucias. En la elegida por Longueville se entraba por un oscuro y maloliente paso abovedado, coronado con un rótulo que en la distancia podía antojársele al viajero como un remedo del aviso del Dante: que se abandonara toda esperanza. La otra fonda no estaba muy lejos y, al día siguiente a su llegada, al pasar ante ella, vio que entraban dos mujeres —que evidentemente pertenecían a la nutrida cofradía de las turistas anglosajonas—, una de las cuales era joven y de muy buen porte. La disposición —o más que disposición— de Longueville a la galantería hizo que el incidente despertara en él cierto pesar. Pensó que de haberse alojado en la otra fonda habría podido gozar de una compañía encantadora; en cambio, en el establecimiento elegido solo había un esteta alemán que fumaba tabaco barato en el comedor. Caviló que la fortuna siempre le deparaba esto, reflexión muy propia de él.
JAMESIANA
Del Prólogo a Nueva York, de Henry James, p.24; sobre Impresiones de una prima
La narradora es una pintora recién regresada de Italia que durante las primeras páginas se queja recurrentemente de que no hay nada que pintar en la ciudad, ni siquiera a la gente. «,Qué gente? ¿La de la Quinta Avenida? Esos tienen aún menos encanto que sus casas, y no me parece que los de la Sexta sean mejores, ni los de la Cuarta, la Tercera, la Séptima o la Octava. ¡Dios Santo! ¡Qué nombres! La ciudad de Nueva York es como una larga suma y sus calles son como columnas de números. ¡Vaya sitio que he elegido para vivir! ¡Yo, que odio la aritmética!»
INCIPIT 243. EL HACEDOR (DE BORGES), REMAKE / AGUSTIN FERNANDEZ MALLO
Prólogo
A Jorge Luis Borges
Los rumores de la plaza quedan atrás y entro en la Biblioteca. De una manera casi fisica siento la gravitación de los libros, el ámbito sereno de un orden, el tiempo disecado y conservado mágicamente. A izquierda y a derecha, absortos en su lúcido sueño, se perfilan los rostros momentáneos de los lectores a la luz de lámparas estudiosas, como en la hipálage de Milton. Recuerdo haber recordado ya esa figura, en este lugar, y después aquellos pájaros de Benet que también definen por el contorno:
Es cierto, el viajero que saliendo de Región pretende llegar a su sierra siguiendo el antiguo camino real —porque el moderno dejó de serlo— se ve obligado a atravesar un pequeño y elevado desierto que parece interminable, y después aquel poema que suspende el sentido y maneja y supera el mismo artificio:
No quedaba nadie sobre la faz de la tierra y de repente, llamaron a la puerta.
Estas reflexiones me dejan en la puerta de su despacho. Entro; cambiamos unas cuantas cordiales y convencionales palabras, y le doy este libro. Si no me engaño, usted no me malquería, Borges, y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío. Ello no ocurrió nunca, pero esta vez usted vuelve las páginas, y lee con aprobación algún verso, acaso porque en él ha reconocido su propia voz, acaso porque la práctica deficiente le importa menos que la sana teoría.
9
EL DIOS DE LOS HOMOSEXUALES
De Los sinsabores de Bolaño, p.67-68La siguiente noticia de Padilla fue una postal del puerto de Barcelona. Allí nos vimos por última vez y a veces sospecho que definitivamente por última vez, decía. Y adelantaba el título de su novela: El dios de los homosexuales.
Amalfitano devolvió la pelota. En una postal de Santa Teresa en donde se apreciaba la estatua del General Sepúlveda, héroe de la Revolución, admitía que el título le parecía un acierto, un título triste, sin duda, pero acertado. Y sobre el dios de los homosexuales, ¿quién podría ser?, no la diosa del amor ni el dios de la belleza, sino otro, ¿pero quién? Sobre si se verían o no alguna otra vez, dejaba esa respuesta en manos del dios de los viajeros.
La contestación de Padilla fue rápida y extensa: el pintor de las ropas de cuero aparentemente no tenía motivos para suicidarse, Su estancia en Nueva York se debía a una exposición suya en la prestigiosa galería de Cina Randall, que tú seguramente no has oído mencionar en tu vida pero que para los entendidos es una de las galeristas más potentes de Babilonia. Así pues, descartados los motivos económicos y artísticos (en ese orden, insistía Padilla), quedaban los sentimentales o amorosos, pero el susodicho era famoso por su frialdad a prueba de caderas y romanticismos más o menos admitidos, por lo que también se debía descartar esa posibilidad. ¿Y sin lo económico, lo artístico y lo amoroso, qué queda que pueda empujar a un hombre al suicidio? Elemental, el aburrimiento o la enfermedad, uno de estos dos criminales se lo cargó, elige tú. Sobre la identidad del dios de los homosexuales, Padilla era categórico: es el dios de los mendigos, el dios que duerme en el suelo, en las puertas del metro, el dios de los insomnes, el dios de los que siempre han perdido. Aquí hablaba (caóticamente) de Belisario y de Narsés, dos generales bizantinos, el primero joven y hermoso, el segundo viejo y eunuco, pero ambos excelentes para los propósitos militares del Emperador, y hablaba del pago de Bizancio. Es un dios desamparado, feo y refulgente, que ama pero cuyo amor es terrible y siempre, pero siempre, se vuelve contra él.
El pago de Chile, recordó Amalfitano y también pensó, pero, coño, si me está describiendo al dios de los poetas pobres, el dios del conde de Lautréamont y de Rimbaud.
Amalfitano devolvió la pelota. En una postal de Santa Teresa en donde se apreciaba la estatua del General Sepúlveda, héroe de la Revolución, admitía que el título le parecía un acierto, un título triste, sin duda, pero acertado. Y sobre el dios de los homosexuales, ¿quién podría ser?, no la diosa del amor ni el dios de la belleza, sino otro, ¿pero quién? Sobre si se verían o no alguna otra vez, dejaba esa respuesta en manos del dios de los viajeros.
La contestación de Padilla fue rápida y extensa: el pintor de las ropas de cuero aparentemente no tenía motivos para suicidarse, Su estancia en Nueva York se debía a una exposición suya en la prestigiosa galería de Cina Randall, que tú seguramente no has oído mencionar en tu vida pero que para los entendidos es una de las galeristas más potentes de Babilonia. Así pues, descartados los motivos económicos y artísticos (en ese orden, insistía Padilla), quedaban los sentimentales o amorosos, pero el susodicho era famoso por su frialdad a prueba de caderas y romanticismos más o menos admitidos, por lo que también se debía descartar esa posibilidad. ¿Y sin lo económico, lo artístico y lo amoroso, qué queda que pueda empujar a un hombre al suicidio? Elemental, el aburrimiento o la enfermedad, uno de estos dos criminales se lo cargó, elige tú. Sobre la identidad del dios de los homosexuales, Padilla era categórico: es el dios de los mendigos, el dios que duerme en el suelo, en las puertas del metro, el dios de los insomnes, el dios de los que siempre han perdido. Aquí hablaba (caóticamente) de Belisario y de Narsés, dos generales bizantinos, el primero joven y hermoso, el segundo viejo y eunuco, pero ambos excelentes para los propósitos militares del Emperador, y hablaba del pago de Bizancio. Es un dios desamparado, feo y refulgente, que ama pero cuyo amor es terrible y siempre, pero siempre, se vuelve contra él.
El pago de Chile, recordó Amalfitano y también pensó, pero, coño, si me está describiendo al dios de los poetas pobres, el dios del conde de Lautréamont y de Rimbaud.
CARVER
El niño había abierto los ojos, y los había cerrado. Volvió a abrirlos. Miraron fijamente hacia el frente unos instantes; luego giraron despacio dentro de sus órbitas hasta detenerse en Howard y Ann, y acto seguido se apartaron de ellos.
—Scotty —dijo su madre, acercándose a la cama.
—Eh, Scott —dijo su padre—. Eh, hijo.
Se inclinaron sobre él. Howard le cogió la mano izquierda con las dos suyas y se puso a darle palmaditas y a apretarla. Ann se acercó más y le besó en la frente una y
otra vez. Le puso las manos a ambos lados de la cara.
—Scotty, tesoro; somos mamá y papá —dijo—. ¿Scotty?
El niño volvió a mirarles, aunque sin dar ninguna muestra de reconocimiento o comprensión. Luego sus ojos se cerraron con brusquedad, y su boca se abrió y lanzó un aullido que yació por completo sus pulmones. Su cara, después, pareció relajarse y suavizarse. Los labios se le abrieron
con el último resuello, y el aire le salió de la garganta a través de los dientes apretados.
Los médicos lo llamaron «oclusión oculta», y dijeron que acontecía una vez entre un millón. Si hubiera sido detectada y se hubiera recurrido a la cirugía de inmediato, Scotty tal vez se habría salvado, pero lo más probable es que no hubiera sido así. En cualquier caso, ¿qué habrían podido buscar en el interior de Scotty? Ni en los análisis ni en las radiografías se había detectado nada. El doctor Francis estaba muy afectado.
—No puedo expresarles lo mal que me siento. Lo siento tanto; no encuentro las palabras —dijo, y los condujo hasta la sala de médicos.
—Scotty —dijo su madre, acercándose a la cama.
—Eh, Scott —dijo su padre—. Eh, hijo.
Se inclinaron sobre él. Howard le cogió la mano izquierda con las dos suyas y se puso a darle palmaditas y a apretarla. Ann se acercó más y le besó en la frente una y
otra vez. Le puso las manos a ambos lados de la cara.
—Scotty, tesoro; somos mamá y papá —dijo—. ¿Scotty?
El niño volvió a mirarles, aunque sin dar ninguna muestra de reconocimiento o comprensión. Luego sus ojos se cerraron con brusquedad, y su boca se abrió y lanzó un aullido que yació por completo sus pulmones. Su cara, después, pareció relajarse y suavizarse. Los labios se le abrieron
con el último resuello, y el aire le salió de la garganta a través de los dientes apretados.
Los médicos lo llamaron «oclusión oculta», y dijeron que acontecía una vez entre un millón. Si hubiera sido detectada y se hubiera recurrido a la cirugía de inmediato, Scotty tal vez se habría salvado, pero lo más probable es que no hubiera sido así. En cualquier caso, ¿qué habrían podido buscar en el interior de Scotty? Ni en los análisis ni en las radiografías se había detectado nada. El doctor Francis estaba muy afectado.
—No puedo expresarles lo mal que me siento. Lo siento tanto; no encuentro las palabras —dijo, y los condujo hasta la sala de médicos.
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