Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LOS DEDOS DE LOS PIES


El último hombre blanco, Nuria Labari, p. 69

En toda mi vida profesional, jamás he visto los dedos de los pies de ningún hombre en el trabajo. Nuestro cuerpo, en cambio, está siempre expuesto. Y no lo digo solo por las sandalias. Un buen cuerpo en una mujer que va al trabajo sigue siendo lo mismo que un traje caro en el cuerpo de un hombre.

En todo caso, ni Directiva Decepcionada ni yo estamos dispuestas a mostrar el menor atisbo de debilidad y menos aún de victimismo. Así que tirarnos el papel de manos al cesto de mimbre que hay bajo el lavabo y salimos como si nada. Ella pegada a sus pestañas y yo a mi determinación. Porque yo, ya lo he decidido, voy a ser aceptada en el bando de los chicos.

De todas formas, aunque pensaba pedir una hamburguesa de buey, cambio de parecer después de sus indicaciones y me inclino por el steak tartare con pan de cristal y patata rejilla. Los remilgos de Directiva Decepcionada me parecen excesivos, pero comprendo que me conviene ser más aséptica con la comida. De primer plato, el señor Over500 pide espárragos blancos tibios con vinagreta de tomates y cuando llegan se los come con la mano. Se cuelga del cuello una servilleta desplegada a modo de babero y permite que el aceite se deslice suavemente por cada pieza. Me doy cuenta de que el espárrago en su mano entrando, tierno, en su boca es una forma de poder. Los dos hombres más jóvenes de la mesa, mi competencia directa, pedirán hamburguesa de buey y tataki de atún rojo, respectivamente. Me digo que el del tataki puede ser un rival. El otro ha pedido kétchup, así que parece un niño malcriado. Diría que está perdido, salvo que sea el hijo mimado de alguien que importe.


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