Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EL LOBO DE WALL STREET


El último hombre blanco, Nuria Labari, p. 70

Estamos en 2013, me he convertido en una profesional Over 100 y Martín Scorsese acaba de estrenar su película sobre Wall Street. En el trabajo todo el mundo la ha visto y todos aseguran que es genial; yo también lo digo, aunque no  entiendo bien qué tiene que ver con nosotros ni por qué nos gusta tanto. En todo caso, más allá de las inclinaciones de compañeros, tiene cinco nominaciones a los Oscars y la crítica internacional asegura que Leonardo di Caprio está inmenso en el papel de Jarcian Belfort, el broker multimillonario de origen humilde en quien se inspira la cinta. La historia maneja dos tesis fundamentales: que la acumulación de dinero es un deseo íntimo de todas las personas del mundo, y que a todos nos encantaría triunfar como Belfort, aunque sea estafando, porque el dinero es en realidad una forma de alquimia contemporánea: lo único capaz de convertir el mal en  bien. Por eso resulta que ganar dinero es siempre admirable y bueno, incluso estafando, porque entonces es también síntoma de inteligencia. Siempre que no te pillen. Como si lo mejor para uno no tuviera nada que ver con lo mejor para la mayoría. Como si todos deseáramos llevar los trajes carísimos que viste Belfort, esnifar sus drogas, subir en su yate, vivir en su ático, acostarnos con su mujer y follarnos a sus putas. La película retrata el capitalismo salvaje de los noventa, pero despierta una increíble empatía entre la audiencia masculina de los dos mil. Como si trabajáramos rodeados de gente así. O rodeadas de tíos así.


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