Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA MUERTE DE FREUD

Freud, de Peter Gray, p. 719-720
Freud estaba muy cansado y resultaba difícil alimentarlo. Pero aunque sufría mucho, en especial por las noches, no quería que le dieran sednates, ni se los daban. Todavía leía: el último libro fue La piel de zapa, de Balzac, ese relato misterioso sobre la piel mágica que va encogiéndose. Al terminarlo le dijo a Schur, como de pasada, que aquel er ael libromás adecuado que hubiera podido leer en ese momento, puesto que trataba sobre el encogimiento y la inanición. Pasó su últimos días en el estudio de la planta baja, mirando el jardín, E Jones, al que Anna Freud llamó inmediatamente, pues veía que su padre estaba muriendo, llegó el 19 de septiembre. Jones recuerda que Freud estaba dormitando, como slí hacer esos días, Pero cuando le dijo Herr Profesor, Freud abrió un ojo, reconoció al visitante y lo saludó moviendo la mano, después la dejó caer con ungetso muy expresivo que transmitía múltiples significados: bienvenida, adiós, resignación.
Jones interpretó correctamente el gesto de Freud, que estabasaludando a su viejo aliado por última vez. Se había resignado a dejar la vida. A Schur lo atormentaba la imposibilidad de aliviar el sufrimiento de Freud, pero Freud le tomó la mano y le dijo: "Schur, recuerda nuestro contrato, prometió no dejarme en la estacada cuando llegara el momento. Ahora sólo queda la tortura, y no tiene sentido. Hable sobre esto con Anna y si ella piensa que está bien, terminemos". Igual que durante años, también pensó Freud en ese momento en su Antígona. Anna querá posponer el final, pero Schur insistió en que mantener vivo a Freud no conducía a nada. Había llegado el momento, Schur lo sabía y actuó. Era la interpretación que le daba Freud a lo que él mismo había dicho: habí aido a Inglaterra para morir en libertad.
Shur estuvo a punto de llorar viendo a Freud afrontar la muerte con dignidad y sin autocompasión. Nunca había visto  a nadie morir así. El 21 de septiembre le inyectó 3 cg de morfina y Freud se hundión en un sueño tranquilo. Cuando volvió a agitarse, schur repitió la dosis y le administró una final al día siguiente. Freud entró en un coma del que ya no despertó. Casi cuatro décadas antes le había escrito a O. Pfister preguntándose qué debia hacerse el día en que faltan pensamientos o no se encuentran palabras [...] "tengo una súplica totalmente secreta: que no se produzca nunguna invalidez, ninguna parálisis de la spropias capacidades como consecuencia de la miseria corporal. Muramos con la armadura puesta, como decía Macbeth". Había velado para que esa súplica secreta se viera satisfecha. El viejo estoico conservó el control de su vida hasta el final.

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