Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INFANCIA

De Noticias de interior de Paul Auster, p. 17-18

El Dios que estaba en todas partes y reinaba en todas las cosas no era un poder de bondad ni amor sino de miedo. Dios era la culpa. Dios era el capitán de la policía celestial del  pensamiento, el invisible y todopoderoso que podía entrar en tu cabeza y ver todo lo que pensabas, que podía oírte hablar contigo mismo y traducir el silencio a palabras. Dios siempre estaba vigilando, no dejaba de escuchar, y por tanto tenías que hacer gala de tu mejor  comportamiento en todo momento. Si no, horrorosos castigos caerían sobre ti, tormentos indecibles, cautiverio en la mazmorra más oscura, condenado a vivir a pan yagua por el resto de rus días. Cuando fuiste lo bastante mayor para ir al colegio, descubriste que todo acto de rebelión acababa aplastado. Veías cómo rus compañeros quebrantaban las normas con ingenio y brillantez, inventando formas nuevas y cada vez más taimadas de crear el caos a espaldas de los maestros para salir continuamente impunes, mientras que a ti, siempre que sucumbías a la tentación y participabas en aquellas diabluras, acababan cogiéndote y castigándote. Sin falta. Ningún talento para las travesuras, lamentablemente, y re imaginabas a un Dios colérico   burlándose de ti con un arrebato de carcajadas desdeñosas, comprendías que tenías que ser bueno ... o atenerte a las consecuencias.

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