Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

JAMESIANA

De Vacaciones en Roma, de Henry James, p. 39-50
La pregunta obligada es siempre si uno no ha quedado «defraudado por las dimensiones», pero algunos visitantes sinceros aquí y allá, espero, nunca dejarán de contestar que no. El lugar me pareció desde el primer momento lo más grande concebible -una verdadera exaltación de la idea de espacio que cualquiera pueda tener-; de manera que el acceso, incluso desde la gran plaza vacía que ya resplandece bajo el profundo cielo azulo bien hace de la fresca sombra distante de la inmensa fachada algo parecido al gran mapa de un país coloreado sobre una pizarra, resulta ser menos la entrada a un lugar que una salida. El hedonista corriente en busca de nuevas sensaciones podría no saber cómo mejorar su encuentro allí con la impresión sublime que le produce, en el mismo umbral, un sobrecogimiento inmediato. Hay días en los que la vasta nave parece misteriosamente más vasta que otros y el magnífico balda quino está un trecho más alejado de la extensa planicie de mosaicos del suelo. y en que la luz posee todavía esa cualidad que permite a los objetos agrandarse al máximo, mientras que las figuras esparcidas -me refiero a las humanas, pues hay muchas otras- indican felizmente la escala de objetos y detalles. Entonces uno sólo tiene que pasear y pasear y contemplar y contemplar; observar cómo el glorioso baldaquino eleva su arquitectura de bronce, sus colosales contorsiones bordadas, como un templo dentro de un templo, y menguar, en el fondo del abismal hueco debajo de la cúpula, hasta convertirse en un punto en movimiento.
Nota a la imagen: Planta de San Carlino, iglesia de Booromini cuya planta es la copia exacta de una pilastra de San Pedro

1 comentario:

Salamandrágora dijo...

Barroco sin contemplaciones.

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