Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 116/ INDIGNACION / PHILIP ROTH

El 25 de junio de 1950, unos dos meses y medio después de
que las bien adiestradas divisiones de Corea del Norte, armadas
por los soviéticos y los chinos comunistas, penetraran en
Corea del Sur cruzando el paralelo 38 y se iniciaran los sufrimientos
de la guerra de Corea, ingresé en Robert Treat, una
pequeña universidad en el centro de Newark bautizada en
honor al fundador de la ciudad en el siglo xvii. Era el primer
miembro de nuestra familia que trataba de tener una educación
superior. Ninguno de mis primos había llegado más allá
del instituto, y ni mi padre ni sus tres hermanos habían finalizado
la escuela primaria. «Trabajo para ganarme la vida desde
que cumplí los diez años», me dijo mi padre. Era un carnicero
de barrio para quien repartía los pedidos con mi bicicleta
durante los años de instituto, excepto en la temporada de
béisbol y las tardes en que debía asistir a los encuentros entre
centros docentes como miembro del equipo de debate. Casi
desde el día en que abandoné la carnicería, donde había trabajado
para él semanas de sesenta horas entre la época en que
me gradué en el instituto en enero y el inicio de la universidad
en septiembre, casi desde el día en que comencé las clases
en Robert Treat, a mi padre empezó a aterrarle la posibilidad
de mi muerte. Tal vez su miedo tuviera algo que ver con la
guerra, en la que las fuerzas armadas de Estados Unidos, bajo
los auspicios de las Naciones Unidas, habían intervenido de
inmediato para ayudar al ejército surcoreano, mal adiestrado y
con un equipamiento insuficiente; tal vez tuviera algo que
ver con el elevado número de bajas que nuestras fuerzas estaban
sufriendo bajo el fuego comunista y su miedo a que, si
el conflicto se prolongaba tanto como en la segunda guerra

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