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Suenan acordes en el desierto de Albacete, siempre suenan. Se extienden en ondas por un paisaje sin rozamiento. Como aquellos acordes monótonos y primitivos que, según Benet, avanzaban por Región y terminaban golpeando los cristales de las ventanas. O como esas prolongaciones lentas pero eficaces que consignó René Thom en su Teoría de Catástrofes. Suena acordes, Fernando le está dando: una silla entre los dos surtidores, la guitarra y el ampli conectado. Las cejas, líneas rectas, espejos del horizonte sobre unos ojos que mantienen la mirada fija buscando el fiel de una balanza. Una idea recurrente: le parece mentira cómo n objeto tan pequeño como una guitarra puede llegar a llenar con su sonido semejante espacio, hacer salir a los insectos y que se escondan los niños. A lo lejos ve rodar unas cuantas bolas de papel de periódico, tarde o temprano vuelven y se van. Hace unas pocas más con un taco de periódicos que tiene a su izquierda y las tira más allá de la carretera. Improvisa acordes mientras observa sus movimientos. Se acerca un coche negro con una línea de luces que se desplazan en la parrilla delantera de izqda a dcha. Con pericia de cine, el Pontiac Trans AM del 82 se detiene en la gasolinera. Fernando deja la guitarra e intercambia con el conductor un vago saludo militar llevándose la mano a la frente. Qué hay Fernando. Bien, Michel, bien, ¿lleno? Sí. El surtidor se pone en marcha con un sonido que recuerda a una trituradora. Michael sale del coche y se acoda en el cartel de Wynn’s. Habitualmente le saca tres cabezas a Fernando. Hoy, con las nuevas botas de serpiente, tres y media. Qué Michael, ¿mucho trabajo?, dice Fernando juntando cejas. Pse, pse, responde. Ahora ando buscando a quien está tirando esas bolas de papel de periódico, recorren todo el desierto, hay cientos, asustan a las ovejas. Sí, es una putada, contesta Fernando. Después ya no habln. Michael paga con un cheque de la Fundación Para La Ley y El Orden, se despiden con un idéntico movimiento de la mano sobre la frente, y Fernando le dice, ¡Michael, suerte¡ El Pontiac sale dibujando una S. Toma la guitarra, clava de nuevo la vista en el fiel del horizonte, y comienza a tontear los acorde de El Coche Fantástico.
Nocilla Dream, de Agustín Fernández Mallo
2 comentarios:
Al final tendré que leer Nocilla Dream
un saludo
XDDDD
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