1. PENSIÓN PARA CABALLEROS
Tapan la vista
fumaradas de vapor de la locomotora que ahora se desplazan por el andén. Hay
que mirar por debajo de ellas para verlo todo, hay que dejarse cegar durante un
instante por la niebla gris hasta que la vista, tras superar esa prueba, se
vuelva aguda, penetrante y omnividente.
Veremos
entonces las losas del andén, unos cuadrados ribeteados por tallos de endebles
plantitas, un espacio que quiere mantener a toda costa el orden y la simetría.
Al poco,
aparece en ellas un zapato izquierdo, marrón, de piel, no precisamente nuevo, e
inmediatamente se le une el otro, el derecho; este parece incluso más
castigado: su punta está un poco gastada, en la superficie del cuero se
advierten unas pequeñas manchas más claras. Los zapatos permanecen un rato indecisos
y, luego, el izquierdo se pone en marcha. Ese movimiento deja entrever por un
instante un calcetín negro de algodón por debajo de la pernera del pantalón. El
color negro se repite también en los faldones del desabotonado abrigo de paño;
es un día cálido. Una mano menuda, pálida, exangüe, sujeta una maleta marrón de
cuero; con el peso se le tensan las venas que muestran ahora su origen, en
algún lugar profundo de las entrañas de la manga.
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