Hablamos del arte de la biografía, y de inmediato, pasamos a preguntarnos: ¿es la biografia un arte? Quizá la pregunta es tonta, y desde luego, poco generosa, considerando el gran placer que nos han proporcionado los biógrafos. No obstante, la cuestión se plantea con tanta frecuencia que debe de haber algo detrás. Ahí está el interrogante, proyectando su sombra en la página cada vez que abrimos una nueva biografía. Es como si hubiese algo mortífero en esa sombra, ya que, en definitiva, de tantas vidas escritas, iqué pocas sobreviven!
La razón de esta alta tasa de
mortalidad, podría argumentar el biógrafo, es que, comparada con la poesía y la
ficción, la biografía es un arte joven. El interés por nosotros mismos y por
los demás es un desarrollo tardío de la mente humana. En Inglaterra, no fue
hasta el siglo XVIII cuando la curiosidad por escribir sobre la vida privada de
ciertas personas se materializó, y solo en el siglo XIX las biografías
proliferaron. No ha habido más que tres grandes biógrafos —Johnson, Boswell y
Lockhart—; la razón, se puede argumentar, es que ha habido poco tiempo; y el
alegato de que el arte de la biografía ha tenido muy poco tiempo para
asentarse.

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