Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

PRIMO LEVI


Una leve exageración, Adam Zagajewski, p. 298

27 DE ENERO. Un frío cortante, nieve. El invierno hace una exhibición de todos sus trucos vulgares y perfectamente previsibles. La vida de la ciudad se desacelera, los transeúntes se abren camino a través de los montones de nieve apelmazada que no hacen falta a nadie. La mente también vive más despacio. El invierno es un prestidigitador de poca monta que en realidad sólo domina un truco de magia: la transformación del agua en hielo y viceversa, de la nieve en agua sucia. Desde hace un tiempo, desde que me di cuenta de la fuerza de los símbolos relacionados con esta fecha, intriga este día que simboliza dos dimensiones importantes de nuestro momento histórico. El 27 de enero es el aniversario de lo que se ha dado en llamar la liberación del campo de Auschwitz y, por lo tanto, el día de la memoria del Holocausto, pero también es el cumpleaños de Mozart. No, no se trata de ningún error. Ni tampoco de un azar. Wolfgang Amadeus Mozart nació el 27 de enero de 1756 en Salzburgo, y se da la coincidencia de que el 27 de enero de 1945 los rusos llegaron al campo de Auschwitz. En palabras de un comunicado de prensa, los soldados del 60. 0 Ejército del Primer Frente Ucraniano «abrieron las puertas del campo de concentración Auschwitz» donde encontraron a apenas siete mil prisioneros. La fórmula «abrieron las puertas» me gusta más, ya que «liberación» implica un acto enérgico, el encontronazo de dos energías opuestas, mientras que allí, detrás de la alambrada del campo, no había más que gente exánime, enferma, moribunda. Como es sabido, las SS habían sacado del campo a cincuenta mil prisioneros, condenando así a morir de extenuación a gran parte de ellos. Por eso suele hablarse de la marcha de muerte. Entre los prisioneros que arrastraban los pies por los caminos nevados de Silesia (de hecho, más que una marcha, aquello era arrastrar la muerte tras sí), había un tímido químico italiano, Primo Levi, que sobreviviría a aquella caminata, a aquel arrastre por los caminos invernales, a pesar de que era de constitución delicada y no atlética. Sobreviviría y luego escribiría unos libros excelentes. Resulta difícil imaginar un día más escindido, más complejo, más ambivalente, un día que ponga mejor de manifiesto la naturaleza de la realidad en la que nos ha tocado vivir.


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