PRÓLOGO
La última amarra
Costa que ya no me encuentra,
ciudad en torno a la cual mi mirada aún gira,
mi espíritu surge sinuoso de la hondura
como desde el ancla profunda,
y esta amarra, que aún me ata
al mundo que me vio nacer,
a la tierra firme, con ella desaparece
todo lo que fue Europa:
el lenguaje y la música del paisaje,
el ensimismamiento, la exaltación
y, en un espantoso parentesco,
el oscuro frenesí de la muerte.
El secreto de mis años,
palabras que pronuncié de niño,
la última amarra que aún me ata,
cuando hace tiempo que me fui.
HANS SAHL,
Lisboa, 1 de abril de 1941, Guiné
El 10 de mayo de 1941 era un agradable día de primavera en
Lisboa. Según el parte meteorológico oficial, las temperaturas no superaron los
19,6 grados centígrados. En el puerto, los trabajos para la salida del Guiné
habían concluido por la mañana, y en pocas horas llegaría el momento de gritar:
¡suelten amarras!
El Guiné era el más pequeño de los buques de pasajeros al
servicio de la Companhia Colonial de Navegação. No se le notaba la historia tan
especial que tenía, ya que había sido reconvertido para su nuevo propósito:
había emprendido su viaje inaugural en 1905 con el nombre de San Miguel, cuando
se utilizaba principalmente para el transporte de carga. El San Miguel había
sido un buque esbelto y maniobrable, casi elegante
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