Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

MUSICA EN LA TV


Salidas de tono, Félix de Azúa, p.148

Con esta larga explicación intento justificar la siguiente petición al señor Calviño: ¿podría usted respetar los fondos musicales de las películas extranjeras? Porque, como habrán advertido los aficionados, TVE no sólo dobla la palabra, sino también la música de las películas, con lo que todas las películas grabadas en los vídeos españoles no sirven pero absolutamente para nada. Son como reproducciones en blanco y negro de las pinturas de Rembrandt.

Es comprensible el doblaje porque hay que dar de comer a los jefes de doblaje y a sus locutores (la otra excusa, la de que los españoles somos más imbéciles que los franceses, ingleses, etc., y no entendemos los subtítulos, es demasiado humillante para ser tomada en serio), y eso puede justificar que trituren la labor de los actores, pero ¿es realmente imprescindible cambiar, como hace usted, la banda musical? La incuria de TVE es tan sólida que uno se siente ingenuo pidiendo algo que a los poderosos debe de parecerles una chifladura. Pero crea usted que ver El idiota de Kurosawa con el conocido tema de «Morena, la de los ojos oscuros» es algo muy duro. También lo es ver Caminando con un zombie con fondo de Mahler, o Carta a una desconocida con la inevitable reverie cuando los dedos del pianista iban por otro lado como gusanos locos. Bien es verdad que luego se veía una banda de música militar y lo que sonaba era una orquesta sinfónica. La imaginación de sus técnicos es desbordada, descomunal. Que no elimine usted la música de los telefilmes me parece mal porque es abyecta, pero que se la quite, en cambio, a las películas que forman el conjunto más interesante y entretenido de la cultura euroamericana, es un acto de barbarie. Cualquier cineasta, si le queda alguno, le explicará hasta qué punto la imagen y el sonido son indisociables en las películas no directamente imbéciles. Quizás, por su cargo, sólo utiliza usted el ojo y no el oído, en cuyo caso este artículo es de una inutilidad abrumadora, pero imagine que su próximo discurso pasara por TVE con el fondo de «Yo soy la falsa monea». Bueno, pues eso hace usted con los discursos ajenos.


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