Iluminaciones, Walter Benjamin, p. 153
Es enormemente significativo que
Kafka no haya creado la figura del hombre más religioso, del hombre bueno, pero
que sí la haya sabido identificar. ¿Y en quién? En nadie más que en Sancho
Panza, que se libró de sus tratos promiscuos con el demonio al lograr darle
otro objeto para sus tropelías distinto de él mismo. Así es como llevaba una
vida tranquila en la que no necesitaba olvidar nada.
“Sancho Panza, quien por cierto
nunca se jactó de ello», dice la breve y magnífica interpretación de Kafka,
«logró con el paso de los años, aprovechando las tardes y las noches, apartar
de sí a su demonio -al que más tarde dio el nombre de don Quijote- por el
método de proporcionarle una gran cantidad de libros de caballerías y novelas
de bandoleros, hasta el punto de que aquel, desatado, dio en llevar a cabo los
actos más demenciales, aunque sin causar perjuicio a nadie, debido precisamente
a la ausencia de su objeto predeterminado, que debería haber sido el propio
Sancho Panza. A pesar de que era un hombre libre, Sancho Panza decidió, quizá a
causa de cierto sentido de la responsabilidad, seguir tranquilamente a don Quijote
en sus correrías, y disfrutó así hasta el fin de su vida de un provechoso
entretenimiento».
Si las novelas del escritor son
los campos bien cuidados que deja tras sí, el nuevo volumen de historias, del
que hemos tomado esta interpretación, es la bolsa del sembrador llena de
semillas con su fuerza natural intacta. De ellas sabemos que, al cabo de milenios,
al sacarlas de las tumbas a la luz del día, seguirán dando su fruto.
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