Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DE LA VIDA MODERNA

De El nadador de John Cheever, p.254  ( Novelas y cuentos)
Y luego estaba la máquina para lavar los platos, que se podía lavar con un vestido de noche sin que cayera una sola gota de agua en los guantes. Cuando la señora se había ido y los niños estaban en el colegio, ponía primero algo de ropa sucia en la máquina de lavar y la echaba a andar. después algunos cacharros sucios en la otra máquina y también la echaba a andar; luego colocaba una buena saltimbocca alla romana en la sartén eléctrica y se sentaba en el salón frente a la TV escuchando el ruido de todas las máquinas que trabajaban a su alrededor; le encantaba y le hacía sentirse importante. Además, no había que olvidarse de la nevera en la cocina, que hacía hielo y mantenía la mantequilla tan dura como una piedra y del amplio congelador repleto de cordeta y de carne de vaca, tan fresca como el día que mataron las reses; un batidor de huevos eléctrico, una máquina para exprimir las naranjas, una máquina para quitar el polvo, y todas podían funcionar al mismo tiempo¡ y una máquina para hacer tostadas -toda la plata brillante- donde bastaba con poner el pan normal, volver la espalda y, allora, allí estaban las dos tostadas, del color exacto que se deseaba, y todo hecho por la máquina.
Durante el día, su signore se marchaba a la oficina, pero su signora, que en Roma había vivido como una princesa, en el Nuevo Mundo parecía una secretaria, y Clementina pensó que quizá eran pobres y la signora tenía que trabajar. Siempre estaba hablando por teléfono y haciendo cuentas y escribiendo cartas como una secretaria. Siempre andaba con prisas durante el día y estaba cansada por la noche, igual que una secretaria. Corno los dos estaban cansados por la noche, la casa no era tan apacible corno había sido en Roma. Finalmente le preguntó a la signora que le explicara para quién estaba haciendo de secretaria y ella le dijo que no era una secretaria sino que recaudaba dinero para los pobres, los enfermos y los locos. A Clementina esto le pareció muy extraño. El clima también le parecía extraño y húmedo, malo para los pulmones y el hígado, pero los árboles en aquella estación tenían unos colores maravillosos-nunca había visto antes nada parecido-; eran dorados, rojos y amarillos y sus hojas al caer atravesaban el aire como los fragmentos de pintura que se desprenden de las decoraciones del techo en algún gran salón de Roma o de Venecia.

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