Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

BARTEBLYS

De El héroe discreto de Mario Vargas Llosa, p.275

¿Siempre habría sido así? ¿También de niña? No se atrevió a preguntárselo. Pero había comprobado que, con el paso de los años, ese prurito, manía o fatalidad, se acentuaba, al extremo de que Rigoberto, algunas veces, pensaba estremeciéndose que tal vez llegaría el día en que Lucrecia, con la misma benignidad del personaje de Melville, contrajera la letargia o indolencia metafísica de Bartleby y decidiera no moverse más de su casa, a lo mejor de su cuarto y hasta de su cama. «Miedo a dejar el ser, a perder su ser, a quedarse sin su ser>, volvió a decirse. Era el diagnóstico a que había llegado sobre las demoras de su esposa. Pasaban los segundos y Lucrecia no asomaba. La había llamado ya tres veces en voz alta, recordándole que se hacía tarde. Sin duda, con la angustia y los nervios alterados desde que recibió la llamada de Armida anunciándole la súbita muerte de Ismael, aquel pánico a quedarse sin ser, a dejarlo olvidado como un paraguas o un impermeable si se iba, se había agravado. Se seguiría  demorando y llegarían tarde al funeral

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