Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

JAMESIANA

Mayo en Venecia es mejor que abril aunque junio es el mejor mes de todos. Sus días son cálidos pero no demasiado calurosos y las noches son más bellas que los días. En ese tiempo Venecia está más rosada que nunca por las mañanas y más dorada que nunca cuando termina el día. Parece expandirse y evaporarse, que multiplica todos sus reflejos e iridiscencias. Esos días la vida de sus gentes y el exotismo de su constitución se convierten en una comedia perpetua, o al menos en un drama perpetuo. Entonces la góndola se convierte en la única morada y uno pasa los días entre el mar y el cielo. Uno va a la isla de Lido, aunque Lido se ha estropeado. Cuando la vi por primera vez en 1869, era un lugar muy silvestre y no había más que un camino pedregoso que cruzaba la isla desde el embracadero hasta la playa. En aquellos días había unos baños y un restaurante, bastante malo pero donde en las cálidas tardes la cena no importaba demasiado mientras uno se sentaba dejándola enfriar en la terraza de madera que se adentraba en el mar. Hoy en día Lido es una parte de la Italia unida y ha sido víctima de mejoras infames. Un pueblecito de londinenses ha surgido de su seno rural y un bulevar de tercera conecta Santa Elisabetta con el Adriático. Hay paseos de asfalto y farolas de gas, albergues, tiendas y un teatro diurno.
Horas venecianas, de HJ, p. 98

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