Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 71. EL DUELO / ANTON P. CHEJOV

CAPITULO I
Eran las ocho de la mañana. Los oficiales, los funcionarios y los forasteros solían bañarse a esa hora en el mar, después de una noche de calor y bochorno, encamin´nadose luego a la cantina para tomarse una taza de café o de té. Ivan Andreich Layeski, joven de unos 28 años, rubio, enjuto, en pantuflas y con gorra del uniforme del Ministerio de Finanzas, encontró en la playa a nuemrosos conocidos, entre los que se halaba su amigo, el médico militar Samoilenko.
Con su gran cabeza rapada, sin cuello, colorado, narigudo, hirsutas las negras cejas y las grise patillas, gordo, panzó, y por añadidura, con un bronco vozarrón de sargemto, Samoilenko producía una primera impresión desagradable, de déspota y cascarrabias; pero a los tres días de conocerle, su rostro comenzaba a parecer bondadoso, simpático y hasta bello. Pese a la bastedad de su figura y a la rudeza de su tono, era persona delicada, infinitamente buena, afable y servicial. Se tuteaba con toda la ciudad, prestaba dinero, curaba, casaba, reconcialiaba a las enemistades y organizaba excursiones durante las cuales asaba deliciosos espetones de cordero al estilo caucasiano y hacía una sabrosísima sopa de pescado. Siempre estaba gestionando algo a favor de alguien, y nunca se le veía triste. La opinión general le tenía por hombre intachable, y sólo se le conocián dos debilidades: la primera, que se avergonzaba de su bondad

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