Te quiero más que a la salvación de mi alma
FAULKNERIANA
BUÑUEL: EL HOMBRE MAS LIBRE DEL MUNDO
Es el título de un artículo de Tomás Eloy lleno de inexactitudes, tonterías y errores:
Dos imágenes son inolvidables: la del castigo a la inocente esposa mientras duerme, con unas sogas y unas agujas de colchonero que insinúan la crucifixión, y el paseo final de Francisco por el patio del convento donde lo han recluido, con pasos en zigzag que se burlan del modo de caminar del propio director.
Pues no, la cuerda es hilo y con la aguja El quiere coser a su esposa sus partes íntimas, en una escena tomada del Marqués. Pues tampoco era el paso de LB el del orate, va en diagonal para evitar al demonio, que anda en línea recta.
El es hermana gemela de El último suspiro, la bellísima autobiografía en la que Buñuel se refleja tal como es, con sus tempranas dudas sobre la resurrección de la carne, el Juicio Final, el infierno y el demonio.
Ambas cualidades son raras en un español, y sobre todo en uno que vivió muchos años bajo el yugo implacable de Franco.
Había nacido en el pueblo aragonés de Calanda, a comienzos de 1900, y no le fue fácil llegar adonde llegó. Hollywood y Francia desdeñaron todos los proyectos que propuso y sólo por azar se salvó de la miseria cuando el productor ruso Oscar Dancingers lo retuvo en el cine mexicano. Allí creó, contra toda adversidad, una obra que no se parece a ninguna otra y que no ha tenido sucesores, porque su osadía y su coraje son inimitables.
Otra inexactitud; no fue azar, fue tesón y un amor por el arte más grande que nada.
Visto bueno por el final.
Vaya con el Eloy éste.
JAMESIANA 25
JAMES JOYCE, UNA SEPARACION, DE JB
SARTORIS
“La música continuaba sonando blandamente al atardecer: el crepúsculo estaba poblado de con espíritus de cosas hechiceras y desastrosas. Si eran lo bastante hechiceras en ellas habría siempre un Sartoris, y entonces seguro que serían siempre desastrosas. El Jugador mantenía su juego, pero ha de dar nombre a sus peones; tal vez Sartoris es ese mismo juego, un juego pasado de moda, con peones hechos a la manera tardía y de acuerdo con un modelo muerto, de los cuales tal vez hasta el mismo Jugador se encuentra cansado; pues hay muerte en sus sones y una hechicera fatalidad, como pendones plateados que se precipitan a la caída del sol, con un lánguido descenso de cuernos, por el camino de Roncesvalles”
Satoris, de WF, último párrafo.
BORGES Y LOS ESPEJOS
Dos pesadillas acecharon a Borges a lo largo de su vida: los espejos y los laberintos. El laberinto, que de niño descubrió en una lámina de cobre con el grabado de “Las siete maravillas del mundo”, le inspiraba el temor a una “casa sin puertas” en cuyo centro lo esperaba un monstruo; los espejos le despertaban la aterradora sospecha de que un día reflejarían un rostro que no fuese el suyo o, peor aún, absolutamente ninguno. Héctor Bianciotti recuerda que Borges enfermo en Ginebra poco antes de su muerte, le pidió a Marguerite Yourcenar, que había ido a visitarlo, que fuera a ver el piso que su familia había ocupado durante su estancia en Suiza y que volviera para describírselo en su estado actual. Ella cumplió con el encargo, pero piadosamente omitió un detalle: ahora, cuando uno franqueaba el umbral, un inmenso espejo con marco de oro duplicaba al sorprendido visitante, de la cabeza a los pies. Yourcenar le ahorró a Borges esa angustiosa intrusión.
[…]
Lo mismo ocurría en el terreno de la literatura, donde era más sencillo achacar sus opiniones a una cuestión de simpatía o de capricho. Uno podía construir una historia perfectamente aceptable de la literatura basándose sólo en los autores que él despreciaba: Austen, Goethe, Rabelais, Flaubert, Calderón, Stebdhal, Zweig, Maupassant, Bocaccio, Proust, Zola, Balzac, Galdós, Lovecraft, Warthon, Nerura, Carpentier, T Mann, G Márquez, J Amado, Tolstoi, Lope de Vega, Lorca, Pirandello… Superados los experimentos de su juventud, a Borges no le interesaba la novedad por la novedad. Afirmaba que un escritor no debía tener la descortesía de sorprender al lector. Para él, la literatura debía permitir conclusiones al mismo tiempo asombrosas y obvias. Luego de recordar que Ulises, harto ya de prodigios, lloró ante la visión de su verde Itaca, concluía que “el arte es esa Itaca: de verde eternidad, no de prodigios”.
Con Borges, de Alberto Manguel
BARCELONA 2
Don Quijote en El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha
BARCELONA
Don Quijote en El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha