Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 1.596. CHEVREUSE / PATRICK MODIANO


Bosmans había recordado que una palabra, Che­vreuse, se repetía en la conversación. Y ese otoño po­nían con frecuencia una canción por la radio; la in­terpretaba un tal Serge Latour. La había oído en el pequeño restaurante vietnamita, vacío, una noche en que estaba con esa a quien llamaban «Calavera».

Douce dame

je rêve souvent de vous...1

Esa noche, «Calavera» había cerrado los ojos, emo­cionada aparentemente por la voz del intérprete y la letra de la canción. Ese restaurante con la radio siem­pre encendida encima de la barra estaba en una de las calles entre Maubert y el Sena.

Otras letras de canciones, otros rostros, e incluso versos que había leído por entonces, se le atropella­ban en la memoria, tantos versos que no podía ano­tarlos todos:

«El rizo de pelo castaño...» «... Del bulevar de la Chapelle, del gentil Montmartre y de Auteuil...»

Auteuil. Era ese un nombre que a él le sonaba de forma muy peculiar. Auteuil. Pero ¿cómo poner en orden todas esas señales y esas llamadas en morse, que llegaban desde una distancia de más de cincuenta años, y encontrarles un hilo conductor?


INCIPIT 1.595. KOBA EL TEMIBLE / MARTIN AMIS


PREPARACIÓN

He aquí la segunda frase de The Harvest of Sorrow: Soviet Collectivization and the Terror-Famine de Robert Conquest:

Quizá podríamos poner en su justa perspectiva el presente caso diciendo que se perdieron veinte vidas, no por cada palabra, sino por cada letra que hay en este libro.

Esta frase representa 2.700 vidas. El libro tiene 411 páginas.

«Comían boñigas de caballo, entre otras cosas porque solían contener granos de trigo enteros» (1.540 vidas). «Oleska Voitrijovski salvó su vida y la de su familia comiendo carne de caballos que habían muerto de muermo y otras enfermedades en la cooperativa» (2.640 vidas). Conquest cita un pasaje de Forever Flowing, la versión inglesa de Vsie techiet, la novela ensayístico-documental de Vassili Grossman: «Y las caras de los niños estaban avejentadas, atormentadas, como si tuvieran setenta años. Y al llegar la primavera ya no tenían cara. Más bien tenían cabeza como de pájaro, con pico, o cabeza de rana –boca grande de labios delgados–, y algunos parecían peces, con la boca abierta»


INCIPIT 1.594. Libro de los días de Stanislaus Joyce / Diego Garrido


2 de enero. Jim dice que jamás seré capaz de escribir prosa. Por supuesto tampoco verso. Dice que, si estas notas tienen algún interés, es porque en gran medida tratan de su vida. Solo puedo darle la razón.

Todo el mundo habla del poeta menor, pero nadie del filósofo menor. Soy yo. De qué me sirve pensar tanto si no tengo el talento ni la inteligencia necesarios para comunicar mi pensamiento.

4 de enero. Papi ha pasado toda la noche sentado junto al fuego, revisando papeles y suspirando. Ha sido una de sus grandes noches; creo que ha estado llorando. Me enferma. Casi lo prefiero borracho.

Esta familia es un barco a la deriva. O mejor un tren, cuesta abajo y sin frenos. Ya no se salva nadie.

La vida de Poppie está perfectamente arruinada: ella sustituye a madre. La de las niñas lo estará pronto: todas ellas (quitando quizá a Mabel, que es la protegida de papi) irán a un convento. Charlie es un putero y un meapilas. Yo apenas soy algo.

En las Noches de Lucidez –así las llamamos Jim y yo– papi promete cosas. Promete un trabajo estable, promete la alimentación regular de sus hijos, promete dejar de beber. En noches así, es fácil sacarle un par de chelines, pero hay que saber aprovechar la ocasión. Hoy, Jim se me adelantó. Consiguió un puñado de monedas y hasta lo abrazó; los vi desde la escalera. Luego fue hasta la puerta haciendo una torre sobre la palma de la mano, me guiñó un ojo y se marchó dando saltos de alegría. La hipocresía de Jim no conoce límites. Ahora, mientras escribo esto, tres de la madrugada, estará tirado sobre la barra de algún bar, o lanzando uno de sus discursos junto a O. G., aburriendo a un puñado de patanes con sus lecciones de prosodia.


INCIPIT 1.593. HISTORIAS NAZIS JOTDOWN


El poder destructivo de la mentira

 Enric González

El nazismo puede parecernos hoy un horror inefable, un súbito e incomprensible absceso de la historia en el país más culto y rico de Europa. Ocurrió, sin embargo. Y para que el Partido Nacionalsocialista Obrero de Adolf Hitler alcanzara el poder no hizo falta ningún apocalipsis. Bastaron unos cuantos miles de fanáticos, unas elecciones parlamentarias, un error de cálculo de los partidos conservadores alemanes y un cierto hastío de la población, ansiosa de grandes sueños tras la derrota bélica de 1918 y la crisis económica de 1929. Como hizo notar Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo, la barbarie más atroz está a un paso de imponerse en cuanto la gente deja de distinguir entre realidad y ficción, entre verdad y mentira.


INCIPIT 1.592. TIERRA DE EMPUSAS / OLGA TOKARCZUK


1. PENSIÓN PARA CABALLEROS

Tapan la vista fumaradas de vapor de la locomotora que ahora se desplazan por el andén. Hay que mirar por debajo de ellas para verlo todo, hay que dejarse cegar durante un instante por la niebla gris hasta que la vista, tras superar esa prueba, se vuelva aguda, penetrante y omnividente.

Veremos entonces las losas del andén, unos cuadrados ribeteados por tallos de endebles plantitas, un espacio que quiere mantener a toda costa el orden y la simetría.

Al poco, aparece en ellas un zapato izquierdo, marrón, de piel, no precisamente nuevo, e inmediatamente se le une el otro, el derecho; este parece incluso más castigado: su punta está un poco gastada, en la superficie del cuero se advierten unas pequeñas manchas más claras. Los zapatos permanecen un rato indecisos y, luego, el izquierdo se pone en marcha. Ese movimiento deja entrever por un instante un calcetín negro de algodón por debajo de la pernera del pantalón. El color negro se repite también en los faldones del desabotonado abrigo de paño; es un día cálido. Una mano menuda, pálida, exangüe, sujeta una maleta marrón de cuero; con el peso se le tensan las venas que muestran ahora su origen, en algún lugar profundo de las entrañas de la manga.


INCIPIT 1.591. EL CONSENTIMIENTO / VANESA SPRINGORA


Nuestra sabiduría empieza donde termina la del autor. Nos gustaría que nos diera respuestas, cuando lo único que puede hacer es darnos deseos.

MARCEL PROUST, Sobre la lectura

Estoy en los albores de mi vida, virgen de toda experiencia, me llamo V., y a mis cinco años espero el amor.

Los padres son una muralla para sus hijas. El mío solo es una corriente de aire. Más que una presencia física, recuerdo el aroma a vetiver que impregna el cuarto de baño por la mañana; objetos masculinos aquí y allá; una corbata; un reloj de pulsera; una camisa; un mechero Dupont; una manera de sujetar el cigarrillo, entre el índice y el corazón, bastante lejos del filtro; una forma de hablar siempre irónica, tanto que nunca sé si bromea o no. Se marcha temprano y vuelve tarde. Es un hombre ocupado. Y también muy elegante. Sus actividades profesionales cambian demasiado deprisa para que llegue a entender en qué consisten. En la escuela, cuando me preguntan por su profesión, soy incapaz de contestar, aunque obviamente, dado que el mundo exterior lo atrae más que la vida doméstica, es una persona importante. Al menos es lo que imagino. Sus trajes siempre están impecables.

Mi madre me concibió a la temprana edad de veinte años. Es guapa, con el pelo de un rubio escandinavo, la cara dulce, los ojos azul claro, una figura esbelta con curvas femeninas y una bonita voz. Mi adoración por ella no tiene límites. Es mi sol y mi alegría.

Mis padres hacen buena pareja, mi abuela suele repetirlo aludiendo a sus físicos de cine. Deberíamos ser felices, pero los recuerdos de nuestra vida en común, en el piso en el que vivo brevemente la ilusión de una familia unida, son una auténtica pesadilla.


INCIPIT 1.590. SKIPPY MUERES / PAUL MURRAY


Una noche Skippy y Ruprecht están echándose una carrera de comer donuts cuando a Skippy se le pone la cara morada y cae de la silla. Es un viernes de noviembre y Ed’s sólo está medio lleno; si Skippy hace ruido al desplomarse, nadie presta atención. Al principio, ni Ruprecht se preocupa demasiado; más bien se alegra, pues eso implica que él, Ruprecht, ha ganado la carrera, la decimosexta seguida, lo cual le acerca un paso más al récord de todos los tiempos en poder de Guido «el Glándulas» LaManche, promoción del Seabrook College del 93.

Aparte de ser un genio, cosa de la que no cabe duda, Ruprecht no tiene mucho más a su favor. Mofletudo como un hámster y con un problema crónico de peso, se le dan mal los deportes y la mayoría de las facetas de la vida no relacionadas con complicadas ecuaciones matemáticas; por eso saborea tanto las victorias en atracones de donuts, y por eso, aun cuando Skippy lleva en el suelo casi un minuto entero, Ruprecht sigue en su silla, aguantando la risa y diciendo por lo bajo, exultante, «Sí, sí»; hasta que la mesa se sacude y su Coca-Cola sale volando, y nota que algo va mal.

Skippy se retuerce en silencio sobre las baldosas de debajo de la mesa. «¿Qué pasa?», dice Ruprecht, pero no recibe respuesta. Skippy mira con ojos desorbitados y de la boca le sale una sibilancia sepulcral; Ruprecht le afloja la corbata y le desabotona el cuello, pero eso no parece aliviarle, sino que de hecho la respiración, las convulsiones, la mirada de ojos muy abiertos sólo empeoran, y Ruprecht siente un hormigueo en la nuca.


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