Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

K


No callar, Javier Cercas, p. 568
Al final de El proceso, dos hombres con levita y sombrero de copa, pálidos, y corteses, van a buscar a su casa al protagonista. K. ignora quiénes son, pero -exhausto después de pasarse días y días perdido en un laberinto de covachuelas absurdas y oficinas desoladas, tratando en vano de averiguar cuál es el delito del que se le acusa- los sigue sin protestar. Los dos hombres lo llevan a una cantera y al le clavan un cuchillo en el corazón y, antes de morir, K. ve cómo aquellos dos hombres, mejilla contra mejilla, le miran morir y piensa, «como si la vergüenza debiera sobrevivirlo», que está muriendo igual que un perro. […] El universo de Kafka, lo sabemos, es un universo sin esperanza: imposible resistirse al horror de ver en la muerte pública y atroz de K un emblema o un espejo o una prefiguración de nuestra propia muerte; el universo de Buzzati es, en cambio, un universo esperanzado: imposible resistirse a la ilusión de que la muerte secreta y nobilísima de Drogo sea un emblema o un espejo o una prefiguración de nuestra propia muerte. Aunque seamos incapaces de concebir una vergüenza que nos sobreviva, íntimamente sabemos que Kafka dice la verdad, pero hay algo en nosotros -algo muy parecido al «temblor de rebelión agónica» del que hablaba Marlow- que se resiste a imaginar un mundo sin Buzzati

DFW


No callar, Javier Cercas, p.651

Me limitaré a citar, a propósito de ella, unas palabras de David Foster Wallace, que fue el primer escritor posmoderno en hacer una crítica radical del posmodernismo, aunque a la postre fuera incapaz de emanciparse de él -y de ahí en parte su tragedia-; sus palabras datan de 1990, once años antes de Soldados de Salamina, y están escritas pensando en sus compatriotas y sobre todo, sospecho, en sí mismo, pero me gusta pensar que algunas de ellas valen también para esta novela, o al menos para la conclusión de esta novela:

Los próximos rebeldes literarios verdaderos de este país podrían muy bien surgir como una extraña banda de antirrebeldes, mirones natos que, de alguna forma, se atrevan a retirarse de la mirada irónica, que realmente tengan el descaro infantil de promover y ejecutar principios carentes de dobles sentidos. Que traten de los viejos problemas  y emociones pasados de moda de la vida americana con reverencia y convicción. Que se abstengan de la autoconciencia y el tedio sofisticado. Por supuesto, estos antirrebeldes quedarían pasados de moda antes de empezar. Muertos en la página. Demasiado sinceros. Claramente reprimidos. Anticuados, retrógrados, ingenuos, anacrónicos. Quizá se trate de eso. Quizá esa es la razón de que vayan a ser los próximos rebeldes verdaderos. Los rebeldes verdaderos, por lo que yo sé, se arriesgan a ser desaprobados. Los viejos rebeldes posmodernos se expusieron a los chillidos de asco: al horror, al disgusto, al escándalo, la censura, las acusaciones de socialismo, anarquismo y nihilismo. Los riesgos actuales son distintos. Los nuevos rebeldes pueden ser artistas que se expongan al bostezo, a los ojos en blanco, a la sonrisita de suficiencia, al golpecito en las costillas, a la parodia de los ironistas y al «Oh, qué banal». A las acusaciones de sentimentalismo y melodrama. De exceso de credulidad. De blandura

He dicho que para Soldados de Salamina solo valen, o me gustaría que valiesen, algunas de estas palabras; añado que, si se retiran las alusiones a la ironía, los dobles sentidos y la autoconciencia, ojalá valgan todas.


HÉCUBA


Las troyanas de Eurípides

Tiembla la tierra, tiembla toda la ciudad al desplomarse. Tiembla mi cuerpo. Algo dentro de mí también se deshace. Siento por la sangre un rumor de ceniza. Abandono mi casa. Voy a vivir en la esclavitud, en el destierro. Troya, dejo ya tus bosques, los perros desvelados, la tierra que cuida de mis muertos. ¿Dónde amaneceré mañana? ¿Adónde iré? Qiizá el mar sea más seguro que esta tierra. Prosigue, Hécuba, ahora estás sola. Te abrasarás las palmas de las manos bajo los trenes, bajo los vagones. ¿Qué extraños palparán tu cuerpo desnudo, buscando qué? Dormirás en estaciones, en los campos embarrados, tú y todas las Hécubas de la tierra: las bocas sin palabras, los cuerpos perseguidos, los vientres castigados. Poco a poco tu idioma se convertirá en una cicatriz en tu lengua. Todas las palabras con las que nombraste por primera vez la vida -«madre, luz, agua»- te dolerán como pinchazos. Querrás hablar. Pero tu boca se llenará de arena. De noche, tras las alambradas, te despertará el mismo sueño. Una y otra vez, una y otra vez. Soportarás las miradas y sus palabras: ¿de dónde vienen?, ¿qué hacen aquí?, ¡traen la guerra en sus entrañas!, ¿los has visto? Apártate de ellos. Como a un fantasma avergonzado te despertará la luz y no será la luz. Pero aguantarás, en pie, desdichada Hécuba, como todas las Hécubas del mundo: detrás de las alambradas, en las barcas que el oleaje quiera tragar, en los campamentos de invierno; aguantarás, porque Troya está en ti y mientras tú vivas Troya seguirá viva; aguantarás y no habrá tiempo, ni fuego, ni mentira que la derrumbe; aguantarás, Hécuba, para que el silencio no siga al crimen, para que la última palabra no sea de ellos, para que no se queden con toda la luz de este mundo.


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