No callar, Javier Cercas, p. 568
Te quiero más que a la salvación de mi alma
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Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel
K
No callar, Javier Cercas, p. 568
DFW
No callar, Javier Cercas, p.651
Me limitaré a citar, a propósito
de ella, unas palabras de David Foster Wallace, que fue el primer escritor
posmoderno en hacer una crítica radical del posmodernismo, aunque a la postre
fuera incapaz de emanciparse de él -y de ahí en parte su tragedia-; sus
palabras datan de 1990, once años antes de Soldados de Salamina, y están
escritas pensando en sus compatriotas y sobre todo, sospecho, en sí mismo, pero
me gusta pensar que algunas de ellas valen también para esta novela, o al menos
para la conclusión de esta novela:
Los próximos rebeldes literarios
verdaderos de este país podrían muy bien surgir como una extraña banda de
antirrebeldes, mirones natos que, de alguna forma, se atrevan a retirarse de la
mirada irónica, que realmente tengan el descaro infantil de promover y ejecutar
principios carentes de dobles sentidos. Que traten de los viejos problemas y emociones pasados de moda de la vida
americana con reverencia y convicción. Que se abstengan de la autoconciencia y
el tedio sofisticado. Por supuesto, estos antirrebeldes quedarían pasados de
moda antes de empezar. Muertos en la página. Demasiado sinceros. Claramente reprimidos.
Anticuados, retrógrados, ingenuos, anacrónicos. Quizá se trate de eso. Quizá
esa es la razón de que vayan a ser los próximos rebeldes verdaderos. Los rebeldes
verdaderos, por lo que yo sé, se arriesgan a ser desaprobados. Los viejos
rebeldes posmodernos se expusieron a los chillidos de asco: al horror, al
disgusto, al escándalo, la censura, las acusaciones de socialismo, anarquismo y
nihilismo. Los riesgos actuales son distintos. Los nuevos rebeldes pueden ser
artistas que se expongan al bostezo, a los ojos en blanco, a la sonrisita de
suficiencia, al golpecito en las costillas, a la parodia de los ironistas y al
«Oh, qué banal». A las acusaciones de sentimentalismo y melodrama. De exceso de
credulidad. De blandura
He dicho que para Soldados de
Salamina solo valen, o me gustaría que valiesen, algunas de estas palabras;
añado que, si se retiran las alusiones a la ironía, los dobles sentidos y la
autoconciencia, ojalá valgan todas.
HÉCUBA
Las troyanas de Eurípides
Tiembla la tierra, tiembla toda
la ciudad al desplomarse. Tiembla mi cuerpo. Algo dentro de mí también se deshace.
Siento por la sangre un rumor de ceniza. Abandono mi casa. Voy a vivir en la
esclavitud, en el destierro. Troya, dejo ya tus bosques, los perros desvelados,
la tierra que cuida de mis muertos. ¿Dónde amaneceré mañana? ¿Adónde iré? Qiizá
el mar sea más seguro que esta tierra. Prosigue, Hécuba, ahora estás sola. Te
abrasarás las palmas de las manos bajo los trenes, bajo los vagones. ¿Qué
extraños palparán tu cuerpo desnudo, buscando qué? Dormirás en estaciones, en los
campos embarrados, tú y todas las Hécubas de la tierra: las bocas sin palabras,
los cuerpos perseguidos, los vientres castigados. Poco a poco tu idioma se
convertirá en una cicatriz en tu lengua. Todas las palabras con las que
nombraste por primera vez la vida -«madre, luz, agua»- te dolerán como pinchazos.
Querrás hablar. Pero tu boca se llenará de arena. De noche, tras las
alambradas, te despertará el mismo sueño. Una y otra vez, una y otra vez.
Soportarás las miradas y sus palabras: ¿de dónde vienen?, ¿qué hacen aquí?,
¡traen la guerra en sus entrañas!, ¿los has visto? Apártate de ellos. Como a un
fantasma avergonzado te despertará la luz y no será la luz. Pero aguantarás, en
pie, desdichada Hécuba, como todas las Hécubas del mundo: detrás de las
alambradas, en las barcas que el oleaje quiera tragar, en los campamentos de
invierno; aguantarás, porque Troya está en ti y mientras tú vivas Troya seguirá
viva; aguantarás y no habrá tiempo, ni fuego, ni mentira que la derrumbe;
aguantarás, Hécuba, para que el silencio no siga al crimen, para que la última
palabra no sea de ellos, para que no se queden con toda la luz de este mundo.