Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DFW


El tenis como experiencia religiosa, DFW, p. 48

Ahora un bramido enorme que hace temblar toda la superestructura de la Pista Estadio indica que las fuerzas de la democracia y la libertad humana han ganado el tercer set.33

33. Y a fin de quedar debidamente impresionados por el volumen de consumo de las casetas, tienen que recordar ustedes el engorro que es ir a buscar algo a las casetas cuando uno está mirando un partido de tenis profesional. Piensen por ejemplo en la Pista Estadio. Primero toca abandonar tu asiento durante la pausa nonagésimo segunda entre juegos, luego tienes que bajar haciendo un eslalom por las rampas abarrotadas de la pista hasta la caseta más cercana, aguantar en una cola larga y hobbesiana, abonar una cantidad cercana a la extorsión y luego arrastrarte de vuelta rampa arriba, bamboleándote y zigzagueando para que los codazos de la gente no te tiren al suelo tus preciosos aperitivos adquiridos en las casetas y los añadan al crujiente sustrato orgánico de artículos derramados sobre el que caminas .. Y, por supuesto, para cuando encuentras la rampa que lleva de vuelta a tu sector de asientos, la pausa nonagésimo segunda del partido ya hace rato que se acabó, y normalmente también la siguiente, de manera que ya te has perdido por lo menos dos juegos, y el partido se ha reanudado, y los ujieres, que protegen las gruesas cadenas te impiden que vuelvas a entrar, y tienes que quedarte ahí en un pasillo de cemento sin ventilación con el suelo pegajoso y en bajada, apretujado entre montones de otras personas que también se marcharon para buscar un aperitivo y ahora están esperando a la siguiente pausa del juego para regresar a sus asientos, todos apiñados ahí, con el hielo derritiéndose y el chucrut coagulándose y tratando de ponerse de puntillas para asomarse por el diminuto arco encadenado de luz que hay al final del túnel y así divisar tal vez un vislumbre verde de pelota o algún fragmento surrealista del muslo izquierdo de Philippoussis corriendo poderosamente hacia la red o algo parecido ... La paciencia de los neoyorquinos para las multitudes, las colas y las esperas resulta muy impresionante si no estás acostumbrado a ella; son capaces de permanecer todos inactivos en lugares sin aire durante periodos extensos, con unas expresiones en los ojos que indican esa combinación neoyorquina única de meditación y depresión clínica, claramente infelices pero sin quejarse para nada.


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