Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

WITTGENSTEIN


La estrella de la mañana, KO Knausgard, p. 324

Un estudiante que trabajó allí unas semanas antes ese verano dijo que Karl Frode se parecía a un filósofo, a Hvitgensten. Me enseñó una foto en el teléfono, y la verdad es que se parecía muchísimo. El pelo rizado, los ojos redondos con la mirada perdida, la cara alargada y las comisuras de los labios hacia abajo. Karl Frode tenía las mejillas más redondas, pero aparte de eso, eran como gemelos.

Karl Frode había vivido en esa institución casi toda su vida. Después de la época en la que dormían con correas por la noche, había adquirido la costumbre de llevar un cinturón que le mantenía sujeto el pantalón. Otra cosa que se había torcido en él era la masturbación. Solo podía practicarla estando de pie entre los setos fuera del edificio, mirando hacia las ventanas. Y en las ventanas tenía que haber un reflejo de nubes. Lo sacaban a veces cuando el tiempo lo permitía y esperaban fumando de espaldas, él estaba un poco más allá con los pantalones bajados hasta las rodillas masturbándose. Era algo inofensivo, pero no obstante no se hablaba de ello.

Le puse la margarina delante.

-Ja ja. Ja ja-dijo.

-¿Qué pasa? -pregunté.

-No es mantequilla, es margarina -dijo.

-Sí, en eso tienes razón -dije-. Pero llamamos mantequilla a las dos cosas, ¿no?

Se quedó quieto, mirando la mesa. Una mosca se posó en el borde de la mantequilla. Otra en el queso, bien visible  en contraste con lo amarillo.


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