Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

TROSKI


Hacia la estación de Finlandia, E. Wilson, p. 467

El sentimiento de injusticia del que al parecer Lev Davídovich tuvo conciencia por vez primera se relacionaba con los campesinos de la hacienda de su padre. Durante sus años de estudio en Odesa vivió con un sobrino de su madre -hombre inteligente y culto, cuyas tendencias liberales, aunque bastante moderadas, le habían impedido ingresar en la universidad- que le enseñó la gramática rusa y el modo de lavar y coger un vaso; y cuando Lev Davidovich, todavía adolescente, regresaba a Yánovka en el verano «vestido con un traje de lienzo recién lavado, el talle ceñido por un cinturón de cuero con hebilla de metal y la gorra blanca adornada con una escarapela amarilla que refulge al sol» solía ponerse nervioso al darse cuenta de que los hombres y las mujeres contratados por su padre se reían de él maliciosamente ante su torpeza para segar trigo. Un segador de la aldea, de lengua viperina y una piel tan negra como sus botas, a veces hacía mordaces comentarios sobre la mezquindad de sus amos en presencia del joven Lev Davídovich; y el muchacho quedaba desgarrado entre la rabia y el deseo de hacer callar a aquel hombre, de un lado, y la admiración por «su agudeza y atrevimiento» y el deseo de tenerlo de su parte, de otro. Un día en que el hombre le dijo: «¡Ve con tu mamá, a comer pasteles!», se encontró al llegar a la casa con una campesina descalza que había caminado siete vertsas para cobrar un rublo que se le debía. Estaba sentada en el suelo frente a la casa porque no tenía valor -pensó Lev-para hacerlo en el escalón de piedra de la puerta; la mujer tuvo que esperar allí hasta la noche porque no había nadie que pudiera darle el rublo. Lev sabía que los criados que trabajaban para su padre no comían más que gachas y sopas; para que les dieran carne tuvieron que hacer una manifestación silenciosa en el patio de la casa, tumbándose en el suelo boca abajo. Un día en que Lev Davídovich volvía de jugar al cróquet, encontró a su padre discutiendo con un campesino: una vaca de este había entrado en la propiedad del viejo Bronstein, que la había encerrado y se negaba a devolvérsela hasta que su propietario le pagara los daños causados en el sembrado. El campesino protestaba y suplicaba; y Lev Davídovich comprendió, por lo que oía, que el hombre estaba lleno de odio contra su padre. Se marchó a su cuarto y rompió a llorar, y no contestó cuando le llamaron para la cena. Luego, el padre mandó a la madre para que le dijera que el campesino había recuperado la vaca sin tener que pagar los daños.


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